martes, 2 de julio de 2013

Droga, petróleo y guerra




Peter Dale Scott prosigue su análisis sobre el sistema estadounidense de dominación. En una conferencia organizada en Moscú, este ex diplomático canadiense resumió el resultado de sus investigaciones sobre el financiamiento de ese sistema con fondos provenientes del tráfico de droga y del comercio de hidrocarburos. Son cosas que ya se saben, pero que siguen siendo difíciles de admitir.
RED VOLTAIRE | MOSCÚ (RUSIA) | 20 DE JUNIO DE 2013


El siguiente discurso lo pronuncié en una conferencia sobre la OTAN que se organizó en Moscú el año pasado. Fui el único orador estadounidense en aquel encuentro. Me habían invitado a raíz de la publicación en lengua rusa de mi libro La Route vers le nouveau désordre mondial [En español “El camino hacia el nuevo desorden mundial”] y por mi último libro, La Machine de guerre américaine [En español, “La máquina de guerra de Estados Unidos”] [1]. Como ex diplomático preocupado por la paz, yo estaba feliz de participar. Me parece, en efecto, que el diálogo entre los intelectuales estadounidenses y rusos es hoy menos serio de lo que fue en pleno paroxismo de la guerra fría, aunque es evidente que no ha desaparecido el peligro de una guerra que implique a las dos principales potencias nucleares.

En respuesta al problema de las crisis interconectadas, como la producción de droga en Afganistán y el yihadismo salafista financiado por el tráfico de droga, mi discurso exhortaba a los rusos a cooperar en un marco multilateral con los estadounidenses que compartiesen esa voluntad –a pesar de las actividades agresivas de la CIA, de la OTAN y del SOCOM (Siglas del US Special Operations Command) en Asia central, posición que no coincidía con la de los demás oradores.

A partir de aquella conferencia comencé a reflexionar profundamente sobre el nivel de degradación de las relaciones entre Rusia y Estados Unidos y sobre mis esperanzas ligeramente utópicas de restaurarlas. A pesar de los diferentes puntos de vista de los conferencistas, estos tenían tendencia a compartir una gran inquietud sobre las intenciones estadounidenses hacia Rusia y [hacia] los Estados de la antigua URSS. Aquella ansiedad común se basaba en lo que sabían sobre acciones anteriores de Estados Unidos y sus compromisos no respetados. En efecto, contrariamente a la mayoría de los ciudadanos estadounidenses, ellos estaban bien informados sobre esos temas.

La garantía de que la OTAN no se aprovecharía de la distención para extenderse por Europa del Este es un importante ejemplo de promesa no respetada. Evidentemente, Polonia y otros ex miembros del Pacto de Varsovia hoy forman parte de la alianza atlántica, al igual que las ex repúblicas socialistas soviéticas del Báltico. Por otra parte, todavía están en pie proposiciones tendientes a la entrada de Ucrania en la OTAN ya que ese país es el verdadero corazón de la antigua Unión Soviética. Ese movimiento de expansión hacia el este estuvo acompañado de actividades y de operaciones conjuntas de las tropas de la OTAN con las fuerzas armadas y los cuerpos de seguridad de Uzbekistán –algunos organizados incluso por la OTAN. (Ambas iniciativas comenzaron en 1997, bajo la administración Clinton.)

Podemos seguir citando más compromisos rotos, como la conversión no autorizada de una fuerza de la ONU en Afganistán (aprobada por Rusia en 2001) en una coalición militar dirigida por la OTAN. Dos conferencistas criticaron la determinación de Estados Unidos en instalar en Europa del este un escudo antimisiles contra Irán, rechazando las sugerencias rusas de que lo desplieguen en Asia. Según ellos, esa intransigencia constituía «una amenaza para la paz mundial».

Los conferencistas percibían aquellas medidas como extensiones agresivas del movimiento que, desde Washington, tenía como objetivo la destrucción de la URSS en tiempos de Reagan. Algunos de los oradores con los que pude conversar consideraban que, durante los dos decenios posteriores a la Segunda Guerra Mundial, Rusia se había visto bajo la amenaza de planes operacionales de Estados Unidos y la OTAN destinados a desatar un primer golpe nuclear contra la URSS. Aquellos planes hubiesen podido ejecutarse antes de que se alcanzara la paridad nuclear, pero es evidente que nunca llegaron a aplicarse. A pesar de todo, mis interlocutores estaban convencidos de que los halcones que habían trazado aquellos planes nunca renunciaron su deseo de humillar a Rusia y de reducirla al rango de potencia de tercera categoría, inquietud que yo no puedo refutar. En efecto, mi último libro, La Machine de guerre américaine, también describe continuas presiones tendientes a establecer y mantener la supremacía de Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial.

Los discursos pronunciados en aquella conferencia no se limitaban en todo caso a criticar las políticas de Estados Unidos y de la alianza atlántica. Los oradores se oponían con cierta amargura al apoyo que Vladimir Putin había expresado el 11 de abril de 2012 a la campaña militar de la OTAN en Afganistán. Estaban particularmente indignados por el hecho que Putin había aprobado la instalación de una base de la alianza atlántica en Ulianovsk, a 900 kilómetros de Moscú. Aunque aquella base se le “vendió” a la opinión pública rusa como una forma de facilitar la retirada estadounidense de Afganistán, uno de los conferencistas nos aseguró que en los documentos de la OTAN el puesto de avanzada de Ulianovsk se presentaba como una base militar. Para terminar, los conferencistas se mostraban hostiles a las sanciones de la ONU contra Irán, inspiradas por Estados Unidos. Consideraban a Irán como un aliado natural contra los intentos estadounidenses de concretar el proyecto de dominación global de Washington.

Exceptuando el siguiente discurso, me mantuve silencioso durante la mayor parte de aquella conferencia. Pero mi mente, e incluso mi conciencia, me la recuerdan cuando pienso en las recientes revelaciones sobre Donald Rumsfeld y Dick Cheney.

Inmediatamente después del 11 de septiembre [de 2001], Rumsfeld y Cheney comenzaron a implementar un proyecto tendiente al derrocamiento de numerosos gobiernos amigos de Rusia, como Irak, Libia, Siria e Irán [2] (Diez años antes, en el Pentágono, el neoconservador Paul Wolfowitz le había dicho al general Wesley Clark que Estados Unidos tenía la oportunidad de deshacerse de aquellos clientes de Rusia, durante el periodo de reestructuración de este último país provocado por el derrumbe de la URSS [3].), proyecto que no ha finalizado aún en los casos de Siria e Irán.

Lo que hemos podido observar bajo Obama se parece mucho a la aplicación de ese plan. Pero hay que reconocer que en Libia, y actualmente en Siria, Obama se mostró más reticente que su predecesor en cuanto al envío de soldados al campo de batalla. (A pesar de ello se ha reportado que, bajo su presidencia, una pequeña cantidad de fuerzas especiales estadounidenses operó en ambos países, para alentar la lucha contra Kadhafi y posteriormente contra Assad.)

Más particularmente, me preocupa la ausencia de reacción de la ciudadanía estadounidense ante el militarismo agresivo de su país. Ese belicismo permanente, que yo llamaría «dominacionismo», está previsto a largo plazo en los planes del Pentágono y de la CIA [4]. Indudablemente, muchos estadounidenses pudieran pensar que una Pax Americana global garantizaría una era de paz, como la Pax Romana lo hizo dos milenios antes. Yo estoy convencido de lo contrario. Al igual que la Pax Britannica del siglo XIX, ese dominacionismo conducirá inevitablemente a un conflicto de gran envergadura, potencialmente a una guerra nuclear. En realidad, la clave de la Pax Romana residía en el hecho que Roma, bajo el reinado de Adriano, se había retirado de Mesopotamia. Además, había aceptado estrictas limitaciones de su propio poder en las regiones donde ejercía su hegemonía. Gran Bretaña mostró una sabiduría comparable, pero lo hizo demasiado tarde. Hasta ahora, Estados Unidos nunca se ha mostrado tan razonable.

En Estados Unidos, muy poca gente parece interesarse en el proyecto de dominación global de Washington, al menos desde el fracaso de las grandes manifestaciones que trataron de impedir la guerra contra Irak. Hemos podido comprobar la abundancia de estudios críticos sobre las razones de la intervención militar de Estados Unidos en Vietnam e incluso sobre la implicación estadounidense en atrocidades como la masacre de 1965 en Indonesia. Autores como Noan Chomsky y William Blum [5] han analizado los actos criminales de Estados Unidos posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Pero han estudiado poco la reciente aceleración del expansionismo militar estadounidense. Sólo unos pocos autores, como Chalmers Johnson y Andrew Bacevich, han analizado el progresivo fortalecimiento de la máquina de guerra de Estados Unidos que hoy domina los procesos políticos en Estados Unidos.

Es además sorprendente ver que el joven movimiento Occupyhablara tan poco sobre las guerras estadounidenses de agresión. Dudo incluso que haya llegado a denunciar la militarización de la vigilancia [interna] y del orden público así como los campos de detención, a pesar de que esas medidas son parte fundamental del dispositivo de represión interna que amenaza su propia supervivencia [6]. Me refiero aquí al llamado programa de «continuidad del gobierno» (COG, siglas de «Continuity of Government»), a través del cual los planificadores militares estadounidenses han desarrollado medios para neutralizar definitivamente cualquier movimiento antibelicista en Estados Unidos [7].

Como ex diplomático canadiense, si tuviese que volver a Rusia nuevamente exhortaría a una colaboración entre Estados Unidos y ese país frente a los problemas mundiales más urgentes. Nuestro desafío consiste en ir más allá de ese compromiso rudimentario que es la distensión, esa supuesta «coexistencia pacífica» entre las superpotencias. En realidad, ese entendimiento, que ya cuenta medio siglo de existencia, permitió –e incluso alentó– las atrocidades de dictadores clientes, como Suharto en Indonesia y Mohamed Siad Barré en Somalia. Es probable que la alternativa de la distención, que sería una ruptura total de la propia distención, conduzca a enfrentamientos cada vez más peligrosos en Asia –muy probablemente en Irán.

Pero, ¿puede evitarse esa ruptura? Hoy me pregunto si no he minimizado la intransigencia hegemonista de Estados Unidos [8]. En Londres, conversé recientemente con un viejo amigo a quien conocí durante mi carrera como diplomático. Es un diplomático británico de alto rango, experto en Rusia. Pensé que él me llevaría a suavizar mi evaluación negativa sobre las intenciones de Estados Unidos y la OTAN contra Rusia. Lo que hizo fue acentuarla.

Así que decidí publicar mi discurso acompañado de este prefacio, destinado tanto a la ciudadanía estadounidense como al público internacional. Pienso que hoy en día lo más urgente para preservar la paz mundial es contrarrestar el avance de Estados Unidos hacia la hegemonía total. En nombre de la coexistencia en un mundo pacificado y multilateral es por lo tanto necesario reactivar la prohibición –por parte de la ONU– de las guerras preventivas y unilaterales.

Para lograrlo, yo espero que la ciudadanía de Estados Unidos se movilice contra el dominacionismo y de su propio país y que los propios ciudadanos estadounidense llamen a que el gobierno o el Congreso [estadounidenses] emitan una declaración política. Esa Declaración:
Renunciaría explícitamente a los anteriores llamados del Pentágono que hacen de la «supremacía total» («full spectrum dominance») un objetivo militar central de la política exterior de Estados Unidos [9];
Rechazaría como inaceptable la práctica de las guerras preventivas, hoy profundamente enraizada;
Renunciaría categóricamente a todo proyecto estadounidense de utilización permanente de bases militares en Irak, Afganistán y Kirguistán;
Comprometería a Estados Unidos a realizar sus futuras operaciones militares en estricto acuerdo con los procedimientos establecidos en la Carta de las Naciones Unidas.

Yo llamo a mis conciudadanos a que se unan a mí para exhortar el Congreso [estadounidense] a presentar una resolución con ese objetivo.

Puede ser que, en un primer momento, ese tipo de gestión no arroje resultados. Pero sí es posible que ayude a redirigir el debate político en Estados Unidos hacia un tema que es, en mi opinión, urgente y que se ha abordado muy poco: el expansionismo de Estados Unidos y la amenaza que representa para la paz global.

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