viernes, 29 de agosto de 2014

¿Puede EE.UU. permitirse otra guerra de 3 billones de dólares?




(CNN) — Después de acumular billones de dólares en deudas por guerra durante los últimos diez años, parecía que Estados Unidos estaba al borde de una nueva era… listo para cerrar la llave del financiamiento Iraq-Afganistán, traer a sus tropas a casa y disfrutar de un dividendo de paz.

Pero parece que el respiro será breve. Las nuevas amenazas de seguridad alrededor del mundo han dado lugar a renovados llamados a una participación militar: quizá no se trate de tropas en tierra, sino de ataques aéreos, drones, armas y entrenamiento para imprecisos grupos de la oposición.

Ahora que Iraq está sumido en el caos e ISIS está decapitando estadounidenses, el público está alarmado no solo ante la posibilidad de ser arrastrado nuevamente a la guerra, sino también se está preguntando si la economía resistirá.

Por supuesto, hablando directamente en términos financieros, EE.UU. fácilmente puede pagar por cualquier medida que sea necesaria. Patrullar las zonas restringidas sobre Iraq después del primer conflicto de la Guerra del Golfo tuvo un costo aproximado de 12.000 millones de dólares al año.

Entrenar a la oposición y proteger a los civiles en Siria, además de una importante campaña aérea para derrotar tanto a ISIS como al régimen de Assad tendría un costo aproximado de 20.000 a 22.000 millones de dólares al año, según un cálculo realizado por Ken Pollack de Brookings Institution, con sede en Washington.

Estas son cifras bajas en comparación con los casi 200.000 millones de dólares que EE.UU. ha estado asignando cada año para los conflictos en Iraq y Afganistán. Y Estados Unidos sigue siendo una nación rica; las tasas de interés son bajas y los préstamos son accesibles.

Iraq, legado afgano

A pesar de todo esto, el costo de volver a participar en un conflicto sería considerable. El país sigue tratando de salir del agujero financiero creado por las guerras sumamente costosas en Iraq y Afganistán.

Aparte de los billones designados para los gastos por guerra, el presupuesto normal del Pentágono aumentó en 1,3 billones de dólares constantes desde el 2001 a los niveles más altos en términos reales desde la Segunda Guerra Mundial. Esta “cultura de dinero sin fin”, como la llamó el ex secretario de defensa Robert Gates, era evidentemente derrochadora, y los sistemas contables eran tan imperfectos que resultaba imposible saber en qué se gastaba todo el dinero.

La retirada de Iraq y la esperada salida de Afganistán supuestamente eran un preludio a la reducción de gastos en el Pentágono. El Congreso promulgó medidas diseñadas para reducir los gastos militares en más o menos 540.000 millones de dólares durante los próximos diez años.

Gracias en parte al “secuestro” presupuestario de 2011, el Pentágono anunció considerables recortes en casi todas las áreas; algunas de las medidas fueron reducir el tamaño del ejército de 520.000 a 440.000 tropas, recortar los aumentos en salario y los beneficios para los militares, comprar menos armas e intentar limpiar sus finanzas.

Reformas en pausa

Sin embargo, debido al profundo deterioro en la situación de seguridad global, los esfuerzos por hacer reformas discretamente han pasado a segundo plano. Incluso antes de los más recientes contratiempos en Iraq había poco deseo en las fuerzas armadas por continuar con la austeridad a la que no estaban acostumbrados. Los círculos militares han estado advirtiendo de manera amenazante respecto a la “fuerza vacía”… la idea de que los recortes implicarían una menor disposición y fuerzas abajo del promedio.

Respetables figuras en el Pentágono, como la ex subsecretaria de política Michèle Flournoy, advierten que los futuros recortes presupuestarios afectarán la capacidad de las fuerzas armadas estadounidenses para llevar a cabo sus misiones.

Cualquier conversación de mejorar el balance nacional a través de recortes militares más profundos ha desaparecido por completo. Para la nación como un todo, esto implica la pérdida de un posible dividendo de paz inesperado como el que EE.UU. disfrutó luego del fin de la Guerra Fría, lo que ayudó a impulsar la prosperidad interna durante los años de Clinton. En cambio, vemos que los gastos militares sin duda aumentarán, lo que prolongará la escasez de los fondos necesarios para reparar carreteras, reconstruir puentes y arreglar escuelas. Las reformas en el Pentágono que se necesitan desesperadamente probablemente serán puestas en pausa, a medida que el Congreso y los principales funcionarios de defensa se siguen enfocando en participaciones militares en el extranjero.

Doce años de guerra han dejado a las finanzas nacionales estadounidenses ante la necesidad de un fuerte cambio. Estados Unidos ya ha prestado más o menos 2 billones de dólares para pagar la invasión y ocupación en Iraq y Afganistán, lo que ha contribuido en buena parte al aumento en la deuda nacional de 6,4 billones de dólares en 2003 a 17,7 billones de dólares hoy en día.

La guerra también contribuyó a un marcado aumento en los precios del petróleo, el cual aumentó de 25 dólares por barril en 2003 a un precio máximo de 140 dólares en 2008; esto ha refrenado de forma significativa la flexibilidad de EE.UU. para responder a la crisis financiera (que de ninguna forma se ha acabado). Y el país aún no ha pagado uno de los mayores costos de los conflictos en Iraq y Afganistán: la atención médica y la compensación por discapacidad para los 2,5 millones de veteranos que sirvieron ahí. A más de 900.000 miembros del servicio que han regresado ya se les ha otorgado beneficios por discapacidad para el resto de sus vidas, lo que tendrá un costo de otro billón de dólares en las próximas décadas, según la Agencia de Beneficios de Veteranos.

A pesar de dos guerras fallidas, parece que el país no ha aprendido las lecciones sobre el alto costo de las hazañas militares y los límites respecto a qué puede lograr la intervención militar por si sola para resolver los complejos desafíos de la política exterior. En 2003, Estados Unidos ignoró la pregunta de cómo pagaría la guerra en Iraq. El gobierno de Bush estaba tan confiado en una campaña breve que despidió a su economista principal, Lawrence Lindsey, por sugerir que el conflicto podría ser costoso.

Esta vez, Estados Unidos está empezando en una posición financiera mucho más débil, con ninguna estrategia para pagar nuestras deudas existentes por guerras. Si va a iniciar otra ronda de participaciones militares, el presidente debe ser honesto con los estadounidenses respecto a cuánto costará, y cómo van a pagarlo.




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