domingo, 29 de septiembre de 2013

La pionera de la aviación, Amalia Villa














Por Alicia Bress Perrogón - Fotos  Gentileza Alinka De Saínz y Carlos López De Los Tiempos

Pregunté por ella. Era el vacío. Nadie la recordaba. Mi desafío empezó. Así relata Gaby Vallejos la búsqueda incesante durante un año y medio de datos, fotos y recuerdos para escribir la historia de Amalia Villa de la Tapia, la primera mujer boliviana y una de las primeras en Sudamérica en pilotar un avión, en su libro Amalia, desde el espejo del tiempo, una biografía novelada.
Esta intrépida mujer nació en Potosí el 22 de junio de 1893, en el hogar de Ernestina de la Tapia y Eduardo Villa Díaz, un hombre muy acaudalado. Era la segunda de cinco hermanos: Coraly, que falleció muy joven en Francia, Rosa, Eduardo y Augusto Villa de la Tapia. Murió en Cochabamba el 4 de marzo de 1994, a los 101 años. Los últimos dos años de su vida los pasó en cama.
Desde pequeña vivió en Lima, Perú, donde estudió y se graduó de piloto, razón por la que en ese país la consideraron como la primera aviadora peruana. El 15 de marzo de 1922, cuando rindió su prueba final de pilotaje en la Escuela Civil de Aviación de Bella Vista, fue homenajeada y elogiada por la gente y por la prensa peruana.

Renunció a ser peruana porque amaba a Bolivia
Al hablar de su verdadera nacionalidad el entusiasmo de los peruanos se fue apagando y enfriando, las notas de prensa comenzaron a escasear y poco a poco llegó el silencio y, después, el olvido.
Renunció a los honores que le ofrecía Perú y orgullosa de sus orígenes decidió volver a Bolivia a trabajar en pro de la aviación nacional, a pesar de que en su propia tierra le pusieron muchas trabas y nunca pudo ejercer su título de piloto.
“Adoraba Bolivia. Aunque toda su vida vivió en Perú, se sentía totalmente boliviana. La exclusión a la que fue sometida en el país, le dolió, pero no la marcó, porque era buena perdedora y optaba por mirar siempre para adelante”, cuenta Alinka de Saínz Gutiérrez, sobrina nieta de Amalia y que vivió con ella los dos últimos años de su vida.

Colecta para comprar un avión para Amalia
Al ver la destreza que Amalia tenía en el aire y que se sentía como un ave libre en las alturas, el director de la Escuela Civil de Aviación de Bella Vista, Maurice Nott, envió una carta al Concejo Municipal de Potosí solicitándole que su ciudad la ayudara a contar con un aeroplano propio para rendir su último examen, como lo estipulaba el reglamento, y poder obtener su brevete de aviadora. Nunca hubo respuesta.
Al año siguiente los diarios conocieron esta carta y se hicieron eco. El Congreso propuso que se incluya en el presupuesto de 1922 cierto monto para ayudar con los estudios de la joven aviadora.
Incluso se realizó una colecta para adquirir un aeroplano y permitir a Amalia surcar los cielos bolivianos. Su hermana, Rosa Villa de la Tapia, una reconocida concertista de piano, realizó varias presentaciones para recaduar fondos ‘proavión’. Asimismo, se llevaron a cabo otras actividades para la compra del aeroplano, no solo en Potosí, sino también en La Paz y en Oruro.

Truncaron su sueño 
El avión nunca llegó. El entonces ministro de Guerra, Juan Manuel Sainz exigió la remisión de los fondos al Gobierno, que se encargaría de la compra del avión, lo cual no sucedió. No se supo qué pasó con ese dinero recolectado, aunque mucho después dijeron que con lo recaudado se compraron los primeros dos aviones bolivianos, cuenta Gaby Vallejos en su libro.
Fue así como la sagaz aviadora, que renunció a ser peruana, a recibir un premio de 1.000 libras esterlinas y a contar con una medalla que iban a diseñar con su imagen por ser la primera aviadora de Perú, fue despojada de su sueño. Quería volar pero le cortaron las alas.

Nuevamente Bolivia le dolía
Su anhelo de volar impulsaba a Amalia a buscar nuevos desafíos. Entonces contactó a la aviadora francesa Adrianne Bolland, que cruzó sola el Canal de la Mancha y fue la primera mujer en atravesar los cielos de Los Andes, desde Argentina hasta Chile. 
La aviadora boliviana le propuso viajar desde París hasta Nueva York. Adrianne estuvo de acuerdo y Amalia hizo todas las gestiones. Sin embargo, una vez más la negativa vino de Bolivia. La delegación diplomática del país en Francia, a último momento, frustró el vuelo en el que ambas mujeres cruzarían el Atlántico.

Gestora de la primera Escuela de Aviación
Aunque sus sueños de volar se vieron truncados nuevamente, su amor por la aviación seguía intacto. Esa pasión fue la que la hizo movilizarse, junto a otras personas, durante la presidencia de Bautista Saavedra, para crear la primera Escuela de Aviación en Bolivia, que se concretó en 1923.
Amalia seguía persiguiendo su objetivo. Fue por eso que, a pesar de que sus superiores no aceptaban que una mujer aviadora tenía más méritos y experiencia que ellos, con sus propios recursos se pagó su pasaje a Francia y viajó a perfeccionar sus estudios en la Escuela de Pilotaje Crotoy.
Mientras ella se formaba en Francia, en Bolivia no se logró ni una sola promoción de pilotos de la primera Escuela de Aviación debido a la falta de aeroplanos y porque se prescindió de los servicios de gente experimentada que estaba al mando. Sin embargo, dos años después, finalmente comenzó a funcionar la institución gracias a la llegada de dos aeronaves Caudron C-97.

Primer Club de Planeadores
En Francia Amalia se libró de morir en un accidente en el que gracias a su serenidad, destreza y conocimiento de los planeos largos logró salir ilesa. Posteriormente se fue a radicar a Argentina. Allí, junto con algunos compañeros de la Escuela Mecánica de Aviación Dornier, fundó el primer Club de Planeadores Jorge Newbery, en 1931. 
Otro logro de Amalia, muchos años después, fue también su participación en la fundación del Club de Aeromodelismo Rafael Pabón en 1960 en La Paz.

Libros, cuentos y algo más
Fue en el vecino país donde la aviadora conoció a Alfonsina Storni y gracias a ese acercamiento se le despertó la pasión por escribir, porque la reconocida narradora le enseñó a conocer el poder de las palabras. 

Alinka de Saínz cuenta que su tía, a la que siempre llamó de abuela, se sentía orgullosa de tener fotos y libros autografiados de puño y letra de la escritora, documentos que ella guarda hasta hoy.

“Mi abuela amaba la poesía, declamaba hermoso y también era excelente oradora. Es una pena que en ese tiempo no existieran cámaras para filmarla. En Televisión Boliviana hay un archivo sobre el discurso que dio cuando la ascendieron a coronela en febrero de 1980, cuando ya estaba por cumplir sus 87 años”, señala.

Excluida de la Guerra del Chaco
Cuando Amalia se enteró de la invasión de los paraguayos a Bolivia, quiso volver para servir a la patria como aviadora, tomando en cuenta su conocimiento y experiencia en el pilotaje de guerra. 
Lamentablemente, una vez más, fue excluida por su condición de mujer. La excusa que dieron fue que las disposiciones del Ejército Boliviano no admitían féminas en el servicio. En el país no valía una mujer aviadora de guerra.
Esta mujer, que parecía tener alas invisibles y el deseo de volar, insistió y envió una carta al bisemanario de Potosí para que publiquen su interés de defender a la nación desde los cielos. Sin embargo, desde los altos mandos le comunicaron que se tomaría en cuenta su ofrecimiento patriótico llegado el momento. Nunca la llamaron.

Activa, detallista y ordenada

Giselle Alcázar, sobrina nieta de la aviadora, nieta de su hermano Eduardo que falleció en la Guerra del Chaco, dice que Amalia fue una mujer muy activa que se jubiló muy entrada en años y con ese dinero se compró un departamento en La Paz, donde vivía en compañía de María Gutiérrez, ‘Paulistiña’, una trabajadora del hogar que fue su fiel compañera hasta que Amalia murió en 1993. 

Agrega que le gustaba caminar y lo hacía casi a diario. Además no usaba ascensores, siempre subía y bajaba las escaleras. Era muy detallista, su casa siempre estaba impecable con muchos adornos y cuadros. Le encantaba cocinar y disfrutaba de la buena comida y del buen vino.

“Las fiestas de fin de año eran inolvidables, siempre la pasábamos con la tía Amalia, a la que siempre vimos como la abuela porque ella crio a mi madre, que quedó huérfana. Ella siempre fue el alma de la fiesta, era muy reilona y le gustaba contar chistes, pero cuando se enojaba, era mejor salir corriendo”, relata.

Después de jubilarse de la Fuerza Aérea Boliviana casi a los 90 años, ella siguió escribiendo y enseñando francés. Le encantaba el uniforme de militar. Era de lo más coqueta y siempre escondía su edad, indica Alcázar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario