En marzo, el New York Times desveló una operación ordenada por Barack Obama para interferir en los lanzamientos de Corea del Norte por medios informáticos, que ahora está siendo examinada
El presidente Kom Jong-un examina la cabeza de un misil tras una prueba el pasado 15 de marzo. (Reuters)
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El pasado 5 de marzo, por enésima vez durante el último año, el lanzamiento de un misil norcoreano falló a los pocos minutos de haberse iniciado. Un error que parecía venir a demostrar la explosiva revelación realizada por el diario The New York Times el día anterior: que desde 2014, EEUU mantiene un programa de cibersabotaje contra el programa de misiles de Corea del Norte, ordenado por el presidente Barack Obama. El artículo pasó relativamente desapercibido hasta que un mes después, el 5 de abril, otro lanzamiento volvió a fallar. Y este pasado fin de semana ocurrió de nuevo. Pero ahora, en un renovado clima de ansiedad sobre un posible conflicto entre Washington y Pyongyang, la cuestión ha vuelto a los focos.
Los estudiosos de la aeronáutica estiman que, en un programa de misiles, es razonable esperar entre un 5 y un 10% de lanzamientos fallidos. No obstante, de las ocho pruebas realizadas por Corea del Norte durante 2016, tan sólo una resultó exitosa, lo que implica una ratio de error del 88%. ¿Qué está sucediendo?
Los avances balísticos norcoreanos empezaron a preocupar a EEUU tras la caída de la URSS, cuando se detectó que científicos de misiles soviéticos que se habían quedado sin empleo estaban viajando a Corea del Norte en busca de nuevos pagadores. Sin embargo, el salto cualitativo se produjo a partir de 1994, cuando Kim Jong Il, el hijo del fundador del régimen Kim Il Sung y padre a su vez del actual presidente norcoreano, accedió al poder tras la muerte de su progenitor. Más despiadado y ambicioso que su padre, ordenó también que el país dedicase importantes recursos a la obtención de una bomba atómica, lo que logró en 2006. Ahora, el gran temor de la comunidad internacional es que los norcoreanos logren miniaturizar sus cabezas nucleares e instalarlas en misiles balísticos intercontinentales, lo que les permitiría lanzar ataques atómicos contra objetivos en casi todo el planeta.
Según el artículo del New York Times, la decisión de iniciar el programa de sabotaje se produjo a principios de 2014, cuando el presidente Obama concluyó que los 300.000 millones de dólares gastados desde los años 50 en sistemas antimisiles no habían logrado el objetivo básico de proteger a los ciudadanos estadounidenses de un ataque. Las pruebas de interceptores instalados en Alaska y California tenían una tasa de error del 56%, incluso en condiciones perfectas, y que, en una situación de combate real, probablemente sería mucho peor. Ante las revelaciones de que Pyongyang estaba mejorando a saltos su arsenal de misiles balísticos de medio y largo alcance, y dada la imposibilidad de revertir la situación mediante medios diplomáticos o bélicos, Obama decidió dar luz verde a estas ciberoperaciones.
No obstante, su eficacia es imposible de estimar, incluso por los propios implicados en el sabotaje: dada la complejidad de esta materia, en un entorno tan hostil como el norcoreano las agencias de inteligencia no tienen forma de saber si un lanzamiento fallido se debe a un error de diseño, a un problema coyuntural o a una de sus iniciativas. Pero eso no ha impedido que muchos quieran ver una mano estadounidense en la cadena de fracasos del programa norcoreano.
Varios misiles son exhibidos en la plaza Kim Il Sung de Pyongyang durante el desfile militar del pasado 15 de abril. (Reuters)
"No hay evidencias"
“Hay una fuerte creencia de que los EEUU, a través de métodos cibernéticos, ha tenido éxito en varias ocasiones a la hora de interrumpir este tipo de pruebas y hacer que fallen”, declaró esta semana el ex Secretario de Exteriores británico, Malcolm Rifkind, a la BBC. Lo mismo aseguró el ex oficial de la CIA Tony Shaffer, en una entrevista con Fox News: “Sí, creo que hay una probabilidad muy grande de que hayamos hecho algo que haya interferido con ese lanzamiento de un misil durante el fin de semana”.
Pero los expertos discrepan. “No hay nada que lo respalde. Quiero decir, ciertamente es posible, pero no he visto nada que apoye esa idea. Todo lo que he oído son conjeturas. A los medios les encanta hablar de eso”, ha explicado Bruce Emerson Bechtol, profesor del Departamento de Estudios de Seguridad de la Universidad Estatal de Angelo, en Texas, a la publicación especializada 'The Aviationist'. Según él, un programa de este tipo se basa en porcentajes. “Es como el misil Scud. Por lo general, de 600 disparados logras 150-200 impactos certeros. Eso es lo normal, pero la intención es hacer caer una lluvia de misiles sobre un objetivo. Y si estás atacando Hawai con una cabeza nuclear no tienes que lograr esa precisión, solo tienes que conseguir que pase uno”, señala.
Otros especialistas consideran que, por atractiva que pueda ser, la idea de que los fracasos en los lanzamientos se deban a ciberataques por parte de Estados Unidos es altamente improbable. “La ciberguerra sólo es efectiva contra objetivos cibernéticos. Corea del Norte solo hace un uso limitado y selectivo de los ordenadores, y cuando lo hacen, utilizan sistemas operativos a medida diseñados con una preocupación paranoide sobre la seguridad”, afirma el ingeniero aeroespacial John Schilling en el portal 38North del Instituto Corea-EEUU de la Universidad John Hopkins, que publica información especializada sobre el conflicto en la península coreana. “En un misil, y en particular los balísticos estilo años 60 que utiliza Corea del Norte, habrá muy pocos sistemas electrónicos digitales con software programable. Los motores, las cabezas explosivas y demás probablemente usarán controladores analógicos”, señala.
En ese sentido, tanto él como otros expertos creen que, de existir un proceso de sabotaje exitoso, estará concentrado en otros elementos, como los componentes externos que Corea del Norte no puede producir y que importa de países como Rusia, China o Irán, o en el propio software que monitoriza las pruebas, para inducirle a creer que un test fallido ha sido exitoso o al revés. “Lo que no deberíamos esperar, de ningún ciberataque plausible, es ver misiles explotando en la rampa de lanzamiento. Las partes de un misil con potencial para estallar es poco probable que estén controladas por software”, indica Schiling.
Sin embargo, tampoco cree que los errores por qué deberse a acciones externas, a pesar de la sucesión de lanzamientos fallidos. “Eso es literalmente ciencia aeronáutica. Es el epítome de un gran problema, que se convierte en aún mayor cuando la presión política demanda más de lo que la tecnología puede producir aún, y entonces intenta lavar la vergüenza exigiendo una nueva prueba de forma inmediata sin dar tiempo a investigar el fallo original”, opina.
Kim Jong-un observa el lanzamiento de un misil balístico en una localización no revelada, en una foto publicada por la agencia oficial norcoreana el 18 de marzo de 2016. (Reuters)
Un precedente peligroso
De momento, la paranoia respecto al presunto sabotaje ya ha llevado a Kim Jong-un a ordenar una investigación interna saldada con varias ejecuciones. No obstante, los observadores occidentales reconocen que incluso en ese entorno, los norcoreanos aprenden de cada fallo anterior, y que ningún programa puede detener totalmente el programa, solo retrasarlo.
Y mientras tanto, se ha generado otro debate: la conveniencia de poner en marcha una operación de lo que solo puede ser calificado de ciberguerra, sentando un peligroso precedente. “Una vez que Estados Unidos ha usado ciberarmas contra sistemas de lanzamiento nuclear, incluso contra un estado amenazador como Corea del Norte y China, países como Rusia y China pueden sentirse libres de hacer lo mismo, atacando misiles estadounidenses”, plantean David E. Sanger y William J. Broad en el citado artículo en el New York Times del pasado mes de marzo.
De hecho, la semana pasada, esa misma pregunta le fue planteada por un agresivo reportero ruso al secretario de Estado norteamericano Rex Tillerson durante su visita oficial a Moscú, que cuestionó las quejas estadounidenses sobre el presunto hackeo ruso y su injerencia durante el proceso electoral estadounidense, cuando EEUU lleva a cabo operaciones como esta o su conocida participación en el diseño del virus Stuxnet contra las centrifugadoras nucleares de Irán. Pillado a contrapie, Tillerson solo atinó a responder: “Las ciberarmas para interferir en programas de armamento, ese es otro uso diferente de las herramientas, y hago una distinción entre ambas”. Sin embargo, obvió la respuesta que están dando otros miembros de la Administración Trump: que el programa de misiles norcoreano va contra las sanciones internacionales y por tanto es ilegal, por lo que los intentos estadounidenses de hacerlo descarrilar son legítimos.
“Cuando ves lo que está saliendo de Corea del Norte, siento simpatía por el argumento de que merece la pena probar todo lo que podamos hacer para evitar que una persona impredecible use un arma nuclear”, afirmó recientemente Michael Chertoff, ex secretario de Seguridad Nacional y director de una consultoría informática en la capital estadounidense. Pero otros discrepan: “Entiendo la amenaza urgente, pero dentro de treinta años podríamos decidir que el haber hecho esto fue una cosa muy, muy peligrosa”, dice Amy Zegart, experta en inteligencia y ciberseguridad.
En los últimos días, la crisis entre Pyongyang y Washington parece haberse calmado un poco. Pero solo en la superficie: el próximo martes 25 de abril, el portaaviones Carl Vinson y su grupo de ataque, tras un breve desvío hacia Australia, llegará a aguas de la península coreana. Ese día, Corea del Norte celebra el 85º aniversario de la fundación de su ejército, y algunos expertos creen que podría ser la fecha elegida por Kim Jong-un para realizar la sexta prueba nuclear en la historia del país, o para realizar una nueva prueba con misiles. De ser así, lo que ocurra a continuación dependerá de lo que decida hacer Estados Unidos. Y no necesariamente en el ámbito del ciberespacio.
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