Soldados de Congo cerca de Kibati en septiembre. / CARL DE SOUZA (AFP)
La entrada en acción de la primera unidad ofensiva de la historia de las misiones de paz de Naciones Unidas -en apoyo de las Fuerzas Armadas de Congo-- ha tenido efecto. El Ejército de Congo ha recuperado en un golpe de efecto posiciones que había perdido hace un año a manos de los rebelde del Movimiento M23, el grupo más poderoso de la zona y el que acostumbraba a marcar el paso.
Los combates se reanudaron el viernes. Los morteros y las explosiones se confundieron entre los refugiados en la ruta que arranca de la capital provincial, Goma, y se adentra hacia el parque y las montañas, haciendo curvas cerca de la frontera con Ruanda y con Uganda. Las tropas regulares han recobrado la llanura de Kibumba –a 25 kilómetros de Goma-, el feudo de Kiwanja –a 75 km- y también la importante ciudad de Rutshuru, además de la base militar de Rumangabo.
El sorpresivo avance pone de manifiesto la diferencia que está marcando la presencia de la Brigada de Intervención de Naciones Unidas -unos 3.000 soldados tanzanos, malauíes y sudafricanos que tienen por primera vez autorización para atacar- en la eficacia y la confianza del Ejército congoleño. Pero sobre todo ha encendido de nuevo las alarmas, ya que se teme otra oleada de enfrentamientos.
Aceptando la derrota en el feudo de Kiwanja, el portavoz del M23, Amani Kabasha, ha indicado que su grupo ha decidido “dejar Kiwanja y su vigilancia a manos de la Monusco [la misión de paz de la ONU]“, pero que “no tolerará otro ataque a sus posiciones” porque esto, afirma, les “forzaría a cambiar la opción defensiva autoimpuesta hasta ahora”. Así que el M23 amenaza ahora con “organizar una contraofensiva a gran escala” si no hay un “inmediato cese de la hostilidades que permitan la vuelta a la mesa de negociaciones de Kampala”.
Las negociaciones de Kampala, en las que participan el M23 y el Gobierno congoleño, son una puesta de escena que no ha dado ningún fruto desde que empezó el año pasado. La ocupación de Goma por parte del M23 en noviembre pasado forzó al Gobierno de Joseph Kabila a sentarse a negociar. Pero la guerra congoleña empezó hace casi dos décadas y desde entonces nunca se ha conseguido un esbozo de solución de uno de los múltiples acuerdos.
Las raíces del conflicto congoleño yacen en el genocidio de Ruanda, que provocó la huida masiva de víctimas y perpetradores ruandeses a Congo, y en la riqueza de su tierra. En los Kivus, las provincias más dañadas por la guerra, hay yacimientos de estaño, tungsteno, tántalo y oro, todos ellos considerados minerales de sangre (usados para financiar el conflicto) y materias necesarias, por ejemplo, para alimentar la industria de las nuevas tecnologías que fabrica móviles y portátiles.
Más de cinco millones de personas han muerto en esta guerra, la más mortífera desde la Segunda Guerra Mundial, y ni los numerosos inertes procesos de paz ni el espectacular despliegue de cascos azules – la misión de paz en Congo vuelve a ser la mayor en todo el mundo– han conseguido contener su violencia mientras los minerales siguen fluyendo.
Ruanda, además, también ha amenazado en lanzar una “operación quirúrgica” a Congo si recibe más impactos de proyectiles a su lado de la frontera. Acusada Grupo de Expertos de Naciones Unidas de financiar y apoyar al M23 por la vecina Ruanda fue, paradójicamente y pese a las graves acusaciones, elegida en octubre del año pasado miembro no permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, donde tiene un voto hasta el año que viene.
Las autoridades congoleñas han anunciado el descubrimiento de fosas comunes con huesos de adultos y niños en Kibumba y han creado una comisión de investigación.
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