Estados Unidos arrojó MOAB, “la madre de todas las bombas” sobre una red de túneles ubicada en las montañas de la provincia de Nangarhar, al noreste de Afganistán.
¿Qué es más importante para la historia del mundo? ¿El talibán o el colapso del imperio soviético? (Zbigniew Brzezinski, asesor de Seguridad de Estados Unidos, explicando la ayuda militar secreta, desde 1978, a los extremistas islámicos en Afganistán)[1]
Según los informes oficiales, los escondites eran utilizados por el EIIL (Daesh en árabe). Hasta el año 2015, estos pertenecían a los talibanes.
Se dice que esta bomba, a diferencia de cualquier otra detonada en el aire, al impactar y penetrar el terreno genera una ola expansiva en el subsuelo que incrementa su poder destructivo. Por tal motivo, es usada para destruir búnkeres, túneles y otras áreas que suelen soportar bombas estándar o ataques de artillería de gran tamaño[2]
La comunicación fue difundida rápidamente por todos los medios del mundo, que se hicieron eco de la novedad gracias al Pentágono y a la labor de un puñado de grandes agencias internacionales de noticias, masticadoras profesionales de información dirigida hacia las grandes masas.
Pero la obscenidad manifiesta que significa utilizar la maternidad como un arma y la noticia como llana propaganda de guerra, no ha podido ocultar la verdad que se les escapa de las manos a los pragmáticos popes del poder.
Poco tiempo transcurrió para que un ávido denunciante descubriera la historia escondida entre las montañas de Nangarhar. El usuario de twitter Bob Roberts compartió una vieja nota publicada por The New York Times el 11 de septiembre de 2005, cuatro años después del atentado que inauguró una nueva época de guerras imperialistas. Luego, Wikileaks y Edward Snowden se encargaron de viralizar la exposición.
La noticia titulada Perdido en Tora Bora retrata las peripecias de Bin Laden en las cuevas “secretas” ubicadas en el mencionado distrito afgano[3]. Lo llamativo de esta historia es el dato que el informado autor revela: las millas de túneles, búnkeres y campamentos base que se instalaron en las paredes de roca escarpada, eran parte de un complejo financiado por la CIA, construido para los muyahidines de los que Osama formaba parte. Se trata del ejército talibán que Washington utilizó en Afganistán hace 40 años para luchar contra los soviéticos. Durante los primeros años posteriores al 11-s, la versión oficial sobre Osama Bin Laden tenía mayor credibilidad: el hijo pródigo se había vuelto contra su mentor organizando el mayor atentado terrorista perpetrado sobre suelo estadounidense. Pero pasó más de una década y los soportes de esta puesta en escena comenzaron a oxidarse.
Y es que el citado fragmento no sólo refleja que la bomba no nuclear más poderosa del mundo destruyó túneles que fueron construidos por el mismo complejo guerrerista que la fabricó, sino que además nos enseña claramente la configuración del círculo criminal que constituye la estrategia de política exterior norteamericana.
El uso de milicianos afganos por parte de Estados Unidos durante la Guerra de Afganistán indicó el comienzo de una era en materia de guerra no convencional, en la cual los organismos de inteligencia siguen cumpliendo un rol fundamental. La utilización de “terroristas” o “contras” como táctica para generar caos y violencia en países cuyos gobiernos eran hostiles a los designios norteamericanos fue introducida en la doctrina militar de este país muchas décadas antes, pero cobró impulso en esta época constituyendo un cambio cualitativo en la forma de ejercer el poder por la fuerza[4]. En la actualidad, dichos métodos tienen plena vigencia.
Así, la conocida Guerra contra el terrorismo, inaugurada por George Bush Jr. y continuada hasta hoy por demócratas y republicanos fue y sigue siendo una mentira de proporciones gigantescas, que seguramente nuestros nietos relatarán en sus libros de historia como simples perogrulladas. Las numerosas pruebas publicadas por las más diversas fuentes de información vienen demostrando hace años la responsabilidad de los servicios secretos occidentales y las monarquías del Golfo Pérsico, en el entrenamiento y la financiación de actividades terroristas que parasitan hace décadas Oriente Medio. Los grupos mercenarios que las distintas administraciones norteamericanas han dicho combatir, son la parte ejecutora de una red criminal encargada del trabajo sucio que ordenan y bien pagan las mismas potencias occidentales.
La guerra secreta dirigida desde Washington, Londres y París ha generado la ruina completa de estados como Libia, Sudán o el mismo Afganistán. Estos territorios forman ahora un puñado de regiones sin dirección centralizada, sumidas en el caos, asediadas constantemente por bandas de terroristas armados que violan a las mujeres y asesinan a miles de inocentes a diario. La guerra por la destrucción y fragmentación de Oriente Medio sigue en curso y es producto de una decisión deliberada. Es esta la realidad que ahora pretende ocultar el gobierno de Trump, por la fuerza de la propaganda de sus bombas superdestructivas.
Aunque esta vez, el efecto devastador de esta arma letal parece no sólo haber arrasado viejas construcciones y decenas de vidas anónimas, en una lejana e inhóspita región. Su onda expansiva ha llegado a trastocar nuevamente el entramado de mentiras que yace en la moral de esta guerra perversa.
Escrito por Alejandra Loucau
[1] “La guerra en palabras”, Eduardo Galeano
[2] https://actualidad.rt.com/actualidad/235841-madre-bombas-por-que-poderosa
[3] http://www.nytimes.com/2005/09/11/magazine/lost-at-tora-bora.html?_r=0
[4] http://www.hispantv.com/noticias/opinion/333543/trump-cia-medio-oriente-arabia-saudita
http://www.hispantv.com/noticias
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