En el ámbito de la guerra, un avance tecnológico puede suponer más que una ventaja: puede ser una revolución y cambiar para siempre el equilibrio estratégico
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En el ámbito de la guerra, un avance tecnológico puede suponer más que una ventaja: puede ser una revolución y cambiar para siempre el equilibrio estratégico entre dos adversarios. Un aro de metal colgado de una correa de cuero transforma la caballería en el arma más letal durante un milenio; un proyectil de cañón relleno de explosivos hace obsoletos a los buques de guerra de madera de un día para otro; una bala de plomo con una concavidad en la base transforma el mosquete en un rifle y aumenta su alcance un 50%, imponiendo un nuevo uso táctico de la infantería; tres ataques aéreos con éxito convierten al acorazado en poco más que apoyo artillero flotante.
En estos casos, un cambio relativamente menor multiplica la letalidad de un arma y hace posibles usos tácticos e incluso estratégicos nunca imaginados. El bando que realiza el avance obtiene una ventaja. Pero si esa ventaja es demasiado grande, el equilibrio se puede romper: el bando perjudicado puede decidir atacar antes de que el nuevo sistema esté operativo.
El potencial desestabilizador se multiplica cuando hablamos de estrategia nuclear, un campo en el que abundan las situaciones paradójicas debido a sus catastróficas consecuencias. Eso es justo lo que está ocurriendo con una simple mejora técnica en las espoletas de un modelo de cabeza nuclear estadounidense: ha hecho el mundo un poco más inestable y la guerra atómica un poco más probable.
La clave: misiles lanzados desde submarinos
Cada componente de la llamada Tríada Nuclear, base de la estrategia atómica, tiene características y cometidos diferentes. Los bombarderos tripulados son lentos y vulnerables, pero tienen a cambio la ventaja de que un ataque en marcha puede ser cancelado; además, pueden llegar desde cualquier dirección y cambiar su base. Los misiles balísticos intercontinentales con base en tierra tienen una enorme potencia, llegan en minutos a su blanco y son difíciles de interceptar, pero a cambio están en posiciones fijas conocidas por el enemigo, por lo que son vulnerables a un ataque de decapitación; por ello se instalan en silos acorazados.
El submarino nuclear 'USS Tennessee' de la Marina de EEUU. (Reuters)
Por fin los misiles balísticos lanzados desde submarinos (SLBM) tienen una función vital: son el arma de venganza definitiva. Su movilidad hace que sus proyectiles puedan llegar en pocos minutos a su blanco dependiendo de su zona de patrulla, pero su característica básica es que al estar escondidos en las profundidades del océano no pueden ser atacados preventivamente, lo que garantiza que un posible primer atacante recibirá una represalia letal.
Otra característica intrínseca de los misiles lanzados desde submarinos es que al despegar desde un objeto en movimiento son menos precisos que los que salen desde silos fijos, y sus cabezas nucleares son menos poderosas. Por este motivo se ha considerado hasta ahora que los SLBM no eran aptos para lanzar un primer ataque de decapitación contra las bases de misiles terrestres de un adversario, ya que, aunque su tiempo de vuelo reducido disminuye el tiempo de reacción del atacado, la menor precisión y potencia implica que cada uno de los silos debe ser blanco de varias cabezas nucleares para garantizar su destrucción. En la guerra nuclear ‘casi’ no es una opción: un único misil que sobreviva dentro de su silo puede arrasar decenas de ciudades y matar a decenas o centenares de millones de personas.
En el caso de los misiles estadounidenses Trident II, que equipan a los submarinos de la clase Ohio y también a los buques británicos de la clase Vanguard, las cabezas termonucleares son del tipo W-76 y van dentro de un vehículo de reentrada Mk-4; su potencia nominal es de 100 kilotones (casi siete veces la bomba de Hiroshima). La armada EEUU cuenta también con cabezas nucleares W-88 de 475 kilotones en vehículos de reentrada Mk-5 con iguales limitaciones de número en los misiles Trident II.
El problema: con la potencia de las W-76, había que asignar al menos tres misiles por silo para asegurar la destrucción
Cada submarino de la clase Ohio lleva 24 de estos misiles, cada uno de los cuales puede transportar hasta 14 vehículos de reentrada Mk-4 con capacidad de maniobra independiente (MIRV), pero para cumplir con las limitaciones de los tratados de limitación de armas nucleares solo se despliegan un máximo de ocho por misil. Entre 1978 y 1987, se fabricaron alrededor de 3.400 cabezas W-76, de las cuales siguen en servicio 3.030 en la marina estadounidense. La Royal Navy británica hasta hace poco usaba sus propias cabezas nucleares montadas en misiles Trident, pero las ha reemplazado por el último modelo Mk-76.
Con los actuales ritmos de patrulla, se estima que en cada momento hay desplegados entre cinco y seis submarinos, mientras que entre ocho y nueve están en puerto; esto sitúa la fuerza de disuasión estadounidense en entre 120 y 144 misiles que pueden lanzar entre 960 y 1152 cabezas nucleares W-76 de 100 kilotones. Por su parte, Reino Unido mantiene un submarino Vanguard siempre en patrulla armado con 16 misiles que llevan 12 cabezas cada uno, lo que supone una fuerza de represalia de 192 armas nucleares. Se trata de fuerzas de disuasión más que suficientes como para garantizar el completo arrasamiento de cualquier país que se atreviese a lanzar un ataque nuclear contra EEUU o Reino Unido.
Corea del Norte probó recientemente a lanzar un misil desde un submarino. (Reuters)
Para lo que no se consideraban suficientes, sin embargo, era para lanzar un primer ataque denominado ‘contra fuerzas’, es decir, un lanzamiento contra los silos de un adversario capaz de destruir su arsenal de misiles antes de que estos despeguen. Solo las espoletas W-88 son lo bastante potentes como para destruir ‘blancos endurecidos’ como misiles protegidos en silos: un único lanzamiento basta para garantizar su destrucción. Las cabezas W-76, en cambio, solo podían usarse para destruir blancos ‘duros’ lanzando varios misiles por silo. El problema: con la potencia de las W-76 y la incertidumbre en el lanzamiento, para estar completamente seguro de la destrucción había que asignar al menos tres misiles por silo. Según estos cálculos, la fuerza submarina estadounidense no tenía capacidad para lanzar un primer ataque. Todo esto, sin embargo, ha cambiado de un plumazo con las nuevas cabezas W-76 mejoradas.
Así funcionan las nuevas 'superespoletas'
Diseñadas durante los años setenta y construidas en su mayoría durante los ochenta, estas armas fueron polémicas ya desde el principio, y han envejecido. Según algunos críticos, el diseño original era deficiente en algunos aspectos, lo que podía hacer que la explosión fuese defectuosa y no alcanzara la potencia de diseño. Además, los componentes electrónicos y físicos sufren deterioro con los años y el uso, por lo que deben ser reemplazados.
A principios de siglo comenzó un programa de aumento de la vida útil de las W-76 con el objetivo de extender su utilidad hasta la década de 2040. Tras una etapa de diseño y validación, los trabajos comenzaron en 2007 y se han extendido hasta ahora: se cree que todas las que ahora están desplegadas ya pertenecen al nuevo estándar mejorado W-76-1, que va asociado al nuevo vehículo de reentrada Mk-4A. La cuestión es que no solo se han remozado los componentes, aprovechando para remediar las dudas sobre la fiabilidad el arma; además, se ha cambiado el sistema de armado y explosión. Y la espoleta 'actualizada' proporciona una nueva capacidad: hace a las W-76-1 letales contra blancos endurecidos.
Foto: Reuters.
Uno de los componentes de la combinación W-76/Mk-4A que se ha reemplazado es el subsistema de armado y detonador (AFS: Arming and Fuzing Subsystem, en sus siglas en inglés), que integra un ordenador de vuelo, radar y un sistema de diagnóstico y control en un módulo compacto. El AFS se rediseñó para hacerlo más seguro, fiable y preciso haciendo más uso de componentes de tipo comercial para reducir también su coste. Como parte del rediseño, se añadió una nueva capacidad de la que carecían las W-76 originales: un detonador flexible capaz de ajustar la altura a la que se produce la explosión.
Las armas antiguas detonaban a una altura fija sobre el blanco, lo que combinado con la incertidumbre del punto de impacto (error circular probable de unos 100 metros) hacía que la probabilidad de que una única arma no detonara dentro de la ‘zona letal’ del blanco fuese muy elevada. Un riesgo inaceptable que solo podría compensarse lanzando varias armas por blanco.
Espoletas en proyectiles de 155 mm. (Wikimedia Commons)
Las nuevas ’superespoletas’ actúan de otra forma: miden su altura cuando aún están fuera de la atmósfera en la reentrada y calculan si el arma va a pasarse o a quedarse corta. Una vez realizada la medición ajustan su altura de explosión a este cálculo para garantizar que la detonación se producirá dentro del ‘volumen letal’ para el blanco. Esto prácticamente garantiza que todas las cabezas nucleares detonan dentro de la zona adecuada: la probabilidad de destrucción aumenta tanto que cada W-76-1/Mk4A hace el trabajo de 3 del modelo antiguo.
Antes de la introducción de la espoleta mejorada solo el 20% de las armas embarcadas en los submarinos balísticos estadounidenses tenían capacidad contra blancos reforzados; ahora todos los misiles la tienen. Las armas de mayor potencia, como la combinación W-88/Mk-5, ya no son necesarias para atacar silos y se pueden usar contra blancos más difíciles, como centros de mando subterráneos superprotegidos. Y esto cambia las cosas.
Desde el punto de vista de un adversario, el que todos los misiles de los submarinos puedan atacar con éxito blancos blindados puede hacer pensar que EEUU se prepara para un posible primer ataque al disponer de una posibilidad real de desarmar una hipotética respuesta. Como consecuencia, la respuesta racional es reducir el tiempo de decisión ante un potencial ataque: los misiles que ya están en vuelo no pueden ser destruidos por un ataque preventivo. Pero si un lanzamiento de misiles desde submarinos ya reduce ese intervalo a minutos, colocar las fuerzas en alerta rápida multiplica las posibilidades de error.
En la estrategia nuclear se producen este tipo de paradojas con frecuencia, como cuando el despliegue de un sistema antimisiles balísticos hace más seguro a quien lo instala, pero aumenta sustancialmente el riesgo de una guerra: la disuasión mutua solo se mantiene cuando ambos bandos son igual de vulnerables. Si uno obtiene una ventaja marcada, ya sea en defensa o en ataque, la balanza se desequilibra y la incertidumbre aumenta. Esperemos que las superespoletas de los SLBM no aumenten la inseguridad en un planeta que ya tiene demasiadas incertidumbres.
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