martes, 23 de febrero de 2016

La guerra del gran De Gaulle



Los atentados yihadistas de París enviaron al portaviones ‘Charles de Gaulle’ a plantar cara al Daesh. Ahora se emplea a fondo desde aguas del Golfo: los cazas despegan cada 30 segundos rumboa Siria e Irak



isabel ibáñez

23 febrero 201601:26 
Francia no puede ser Francia sin grandeza», dijo Charles de Gaulle, jefe de las fuerzas galas contra la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial y presidente de la República entre 1958 y 1969. Con su nombre bautizaron el portaviones que desde los atentados de París, el 13 de noviembre, sirve de base de operaciones contra posiciones yihadistas en Siria e Irak. Botado el 7 de mayo de 1994, es el buque insignia de la Marina francesa, el primero no estadounidense propulsado por energía nuclear. Pese a ser el segundo mayor navío de Europa tras el portaaviones ruso ‘Almirante Kuznetsov’ (construido en la época soviética), puede decirse que es el más poderoso. Vamos, un titán, una nave a la altura de la filosofía que exhibía el militar que le da nombre.

Primero llegó a aguas del Mediterráneo oriental, navegando a una velocidad máxima de 27 nudos (unos 50 kilómetros por hora). Sus ataques sobre Siria comenzaron el 23 de noviembre, tan solo diez días después de aquel golpe en el corazón de Francia que se cobró la vida de 130 personas. Ramadi y Mosul (Irak) fueron los primeros destinos de sus bombardeos, en apoyo a fuerzas locales. «Y vamos a intensificarlos –anunció aquella misma jornada el presidente François Hollande– eligiendo los objetivos que hagan el mayor daño posible a este ejército terrorista».

Ahora se emplea a fondo contra el Daesh desde aguas del Golfo, en una misión conjunta con EE UU y los socios de la coalición internacional. Se ocupa también de coordinar a los cazas rusos y norteamericanos para evitar accidentes. Lo explica el contralmirante René-Jean Crignola: «Evitamos conflictos entre vuelos a través del acuerdo al que llegaron ambos países. Era necesario actuar para evitar cualquier choque o problema. Eso es lo que hacemos y está funcionando perfectamente».

Los datos son apabullantes. Los aviones pueden despegar de su cubierta cada medio minuto, alcanzando los 250 kilómetros por hora en dos segundos. Pese a sus 36.600 toneladas, 262 metros de eslora y 64 de manga, mira de lejos a los grandes monstruos estadounidenses, de 100.000 toneladas y 330 metros de cubierta que facilitan mucho las operaciones aéreas.
 

El ‘De Gaulle’ es capaz de transportar 33 aeronaves: 26 de ellas son cazas (18 aviones ‘Rafale’ y 8 ‘Super Etendard Modernise’), además de dos aviones de alerta temprana aerotransportada ‘Grummans E-2 Hawkeye’ –capaces de distinguir desde gran altura las aeronaves propias de las enemigas– y 5 helicópteros, tres de ellos ‘Panther Sa 365’ y otros dos ‘Superfrelon’. Todo ello multiplica por tres la capacidad francesa de bombardear la región, y hay que sumar otros 12 aparatos listos para participar desde sus bases en Emiratos Árabes (seis ‘Rafale’) y Jordania (media docena de ‘Mirages 2000’). Además, va armado con 6 lanzadores de misiles y 4 ametralladoras

2.500 tripulantes y 4 bares

Dos reactores nucleares lo propulsan mediante dos hélices y le dan una autonomía de navegación de 5 años, aunque cada 45 días necesita proveerse de víveres para abastecer a las 2.500 personas (el 15% son mujeres) que conforman su tripulación. Los pilotos deben repostar con frecuencia;para ello hay una gran red de aviones cisterna sobre Irak.

Hay muchas diferencias entre los portaviones; algunos, como el ‘Charles de Gaulle’, lanzan sus aviones al aire con el sistema de catapulta, que los impulsa para que consigan la velocidad necesaria, mientras que otros posibilitan los despegues con una especie de rampa en un extremo llamada ‘sky jump’. «Un aterrizaje nunca es sencillo, sobre todo después de un vuelo bastante largo a tus espaldas. No es fácil permanecer durante horas con las piernas dobladas en la carlinga. También es un trabajo extremadamente cerebral», explica a AFP un miembro de la tripulación que, como el resto de sus compañeros, prefiere mantener el anonimato. Desde cubierta y ataviado con su chaleco amarillo se afana en hacer más fácil a los pilotos la maniobra de aterrizaje en cubierta. Un gancho ayuda a frenarlos. Cualquier error podría acabar con el aparato estrellado contra el agua, o algo peor.

También hay tiempo para disfrutar de los momentos libres. El 21 de diciembre, el ‘Charles de Gaulle’ recibió a una delegación estadounidense en una especie de acto de hermandad. Los norteamericanos descubrieron con sorpresa que podían tomarse una copa en alguno de los cuatro bares del buque. A los marineros galos se les permite una bebida alcohólica por día. «Es que somos franceses y el vino es muy apreciado a bordo», justificó el comandante de la nave, Lionel Delort.
 
 http://www.ideal.es/sociedad/201602/23/guerra-gran-gaulle-20160221191601.html

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