Yusuf Fernandez
Dicen que en una ocasión, poco antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, el antiguo primer ministro británico Winston Churchill exclamó, refiriéndose al rearme de Alemania: “Menos mal que tenemos al Ejército francés”.
Cualquier persona que haya sido testigo de los recientes acontecimientos en Siria y sea consciente de la amenaza que constituyen el EI, el Frente al Nusra y todos los otros grupos terroristas -alimentados de forma obsesiva por EEUU, otros socios occidentales y sus aliados en Oriente Medio- no podrá menos de exclamar: “Menos mal que tenemos al Ejército ruso”.
Y es que el Ejército ruso parece estar aumentando su ayuda a Siria, no hasta el punto que muchos medios occidentales afirman -participando directamente en los combates contra el EI- pero sí aumentando la ayuda militar y la labor de sus consejeros en el entrenamiento y reorganización del Ejército sirio para fortalecer su capacidad y eficiencia.
En los últimos días Rusia ha incrementado el número de buques en la costa siria y ha comenzado a realizar maniobras navales allí. Al mismo tiempo, aviones rusos han comenzado a llegar a aeropuertos sirios, en Damasco y Latakia. Los aviones y buques rusos han llevado nuevas y más sofisticadas armas al Ejército sirio y la cooperación en los campos de la inteligencia y guerra electrónica se ha intensificado. Rusia ha comenzado a expandir el puerto de Tartus para permitir que barcos mayores puedan atracar en él y trabaja para expandir un aeropuerto militar en Latakia. Todo ello demuestra inequívocamente la apuesta de Rusia por incrementar su apoyo a Siria.
Son muchas las razones que parecen haber llevado a Rusia a tomar esta decisión, pero una a buen seguro es el convencimiento de que la política de EEUU ha dejado nefastos resultados en todos los lugares donde este país o sus aliados de la OTAN han intervenido -desde Europa a Oriente Medio-, creando estados fallidos -como Libia- o que sufren los efectos de la desestabilización y el terrorismo -como Iraq o Afganistán- o que han resultado destruidos y divididos por la guerra civil -como Ucrania-. En este sentido, los efectos de una ruptura de Siria o la creación de una o varias entidades terroristas en ese país son demasiado peligrosos para el mundo y para la propia Rusia como para que Moscú se los tome a la ligera.
La política de EEUU ha llevado también a la expansión del terrorismo en el mundo. Cabe recordar aquí que la creación de los talibanes y Al Qaida en Afganistán y del EI en Siria e Iraq fueron el resultado de la actuación de EEUU y sus aliados, principalmente el régimen absolutista wahabí de Arabia Saudí, y el mundo está pagando todavía las consecuencias de ello. Moscú sabe bien que si los grupos terroristas en Siria tomaran el poder en Damasco, las consecuencias serían catastróficas no sólo para Siria sino para todos los países vecinos y el mundo en general. Europa, Asia Central y el Cáucaso ruso se convertirían inmediatamente en el objetivo del EI.
Existe otra razón poderosa para la implicación rusa y es que informes de la inteligencia rusa habían señalado que EEUU, junto con sus aliados, han reforzado en los últimos meses su estrategia dirigida a provocar la caída del gobierno sirio y sustituirlo por un régimen extremista y fundamentalista títere.
La crisis de los refugiados sirios fue fabricada con este fin y fue uno de los puntos que llevó a Rusia a decidir entrar en Siria. La Inteligencia rusa sabe que la crisis fue creada deliberadamente por Turquía y Arabia Saudí, que decidieron vaciar los campos de refugiados existentes en el territorio turco y enviarlos a Europa para generar una campaña de propaganda acerca de los males que estaba produciendo la crisis en Siria y fabricar así una excusa para llevar a cabo una intervención en ese país bajo la cobertura “humanitaria”. Las imágenes de un niño sirio en una playa sirvieron a estos propósitos propagandísticos del mismo modo que las imágenes (fabricadas) de unos niños muertos en una incubadora en Kuwait durante la crisis del Golfo de 1990 sirvieron para crear un ambiente favorable a una operación militar dirigida a expulsar al Ejército de Saddam Hussein de dicho país.
En la época del ex presidente norteamericano, George W. Bush, los neocon que dominaban esta administración querían invadir Siria después de haberlo hecho con Iraq en 2003. Sin embargo, la resistencia de los iraquíes contra la ocupación estadounidense y las fuertes pérdidas obligaron a EEUU a aplazar tales planes. En Septiembre de 2013, con el pretexto del ataque químico de la Guta Oriental, perpetrado por los propios grupos terroristas con la asistencia turca pero del que Washington acusó al gobierno de Siria, EEUU amenazó en lanzar un ataque contra el país árabe e incluso, según numerosas fuentes creíbles, lanzó dos misiles, como inicio de la acción militar, pero el Ejército ruso los interceptó sobre el Mediterráneo. Posteriormente, Rusia permitió que EEUU salvara su cara con una propuesta sobre la eliminación del armamento químico sirio que sirvió a Washington para anular una intervención militar que se le planteaba muy problemática.
Rusia sabe, en este sentido, que cualquier decisión estadounidense para intervenir con el pretexto de la crisis humanitaria iría dirigida a derribar al gobierno de Assad y dividir Siria en pequeños estados, muchos de ellos gobernados por terroristas bajo el control de Turquía, Qatar y Arabia Saudí.
Las señales preocupantes se multiplicaron en los pasados meses. En primer lugar, la decisión de Francia, el país europeo más hostil a Siria, de entrar en la campaña de bombardeos contra el EI en Siria, imitando al Reino Unido y Australia, incrementó la desconfianza rusa. Por otro lado, Turquía accedió a que EEUU utilizara la base aérea de Incirlik para llevar bombardeos contra objetivos del EI en Siria, pero posteriormente Washington amenazó con apoyar con sus aviones a sus grupos de mercenarios desplegados sobre el terreno en Siria. Moscú comprendió entonces que las intenciones de EEUU eran el crear una nueva realidad sobre el terreno en Siria.
El New York Times describió el acuerdo de Incirlik como un “elemento de cambio de juego” y señaló que los aviones estadounidenses podían alcanzar el cielo sirio en 15 minutos lo que significaba el establecimiento “de facto” de una zona de exclusión aérea sobre Siria, que reducía significativamente la capacidad del Ejército sirio frente a los grupos terroristas respaldados por EEUU.
Todo esto precipitó la respuesta rusa. En una reciente entrevista con la televisión estatal rusa, el ministro de Exteriores ruso, Serguei Lavrov, dijo en una entrevista que Moscú sospechaba de que la campaña estadounidense en Siria, bajo el disfraz de una operación contra el EI, buscaba, en realidad, llevar a cabo un cambio de régimen en Siria. “Algunos de nuestros socios dicen que la coalición (anti-EI) dispone de información sobre la localización y concentración de los terroristas del EI, pero el liderazgo norteamericano de la coalición no quiere dar la orden para bombardear estos sitios. De este modo, hemos estado convencidos desde el principio de que el objetivo de esta coalición no es sólo la de derrotar al EI”, señaló Lavrov.
Rusia tiene además información acerca de algo que Iraq e Irán han sabido desde hace mucho tiempo: que aviones norteamericanos y otros países de la coalición han estado enviando armas al EI por vía aérea en Siria e Iraq desde hace mucho tiempo. Los convoyes del EI recorren tranquilamente tierras llanas desérticas sin ser molestados por los ataques aéreos de la coalición. Por todo ello, los expertos independientes son unánimes hoy en día en señalar que el objetivo de EEUU, y de sus aliados, no es el de destruir al EI sino encauzarlo para que sirva sus objetivos. Esto es practicado ya abiertamente por el gobierno de Recep Tayyip Erdogan en Turquía, que apoya al EI, a Al Qaida y a toda la gama de grupos terroristas que actúan en el norte de Siria.
Irónicamente, los mismos medios que hace meses lanzaban campañas propagandísticas acerca de que Rusia estaba en vías de abandonar a Siria y a Assad, son ahora los mismos que llevan a cabo ahora otra campaña histérica con afirmaciones de una intervención militar rusa en Siria.
En realidad, la ayuda rusa a Siria cumple con los requisitos de la ley internacional y debería ser apoyada por toda la comunidad internacional porque sus fines son beneficiosos para Siria, Oriente Medio y todo el mundo, a saber, la destrucción de unos núcleos terroristas que, como un tumor canceroso, se extenderán por todo el planeta si no son erradicados.
Rusia busca construir una coalición internacional contra el terrorismo, que incluya a todas las fuerzas que combaten contra este fenómeno y en la que el Estado sirio, la principal fuerza que lucha contra el terrorismo en la región, no puede faltar. Ésta es la fórmula correcta que llevará en un futuro a salvar a Siria y la región de esta plaga, que EEUU y sus aliados, pese a sus declaraciones retóricas y propagandísticas, han hecho todo para proteger y promover. No cabe duda de que la implicación rusa en favor de Siria garantiza los intereses de Moscú y su influencia en la región y le convertirá en un interlocutor clave en la formación de un nuevo orden en Oriente Medio. El presidente ruso, Vladimir Putin, ha trazado así una línea roja en la arena y cualquiera que la cruce sabe que hará frente a serios problemas.
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