En tiempos de la primera guerra fría, la periferia de las dos superpotencias en conflicto, EEUU y la Unión Soviética, se convirtió en escenario de diferentes conflictos “calientes”. En la segunda guerra fría podría llegar a pasar lo mismo: mientras el conflicto en el Este de Ucrania se enquista, sin que el Ejército ucraniano sea capaz de retomar el control de las regiones rebeldes ni las autoproclamadas repúblicas populares de Donetsk (RPD) y Lugansk (RPL) hacer avances significativos, Rusia podría encontrarse con un nuevo frente abierto en la parte occidental de Ucrania.
El bloqueo a Transnistria
Hace dos semanas diferentes medios informaban que Moldavia había exigido a Rusia la retirada de sus tropas en Transnistria, un Estado situado en la frontera con Ucrania autoproclamado independiente de Moldavia en 1990. Se trata de un contingente formado por 1.500 soldados, de los cuales un millar pertenecen al Grupo Operativo de las Fuerzas Armadas Rusas en el país y el resto a fuerzas de paz. Respondiendo a la exigencia de Chisinau, el presidente de la República Moldava de Transnistria, Yevgueni Chevchuk, defendía su presencia y elogiaba su “efectividad indiscutida”. El 5 de junio, el Ministerio de Defensa ruso anunciaba ejercicios militares de las tropas rusas de reconocimiento en Transnistria, según informó la agencia RIA Novosti.
La escalada en Transnistria ha ocurrido a la sombra de la guerra en Donbás. El 22 de marzo, la candidata independiente Irina Vlah ganaba las elecciones en la autonomía de Gagauzia, en Moldavia. La nueva Ba?kan (gobernadora) cuenta con el apoyo del Partido de los Socialistas moldavo, una escisión del Partido comunista partidaria de congelar las negociaciones con la Unión Europea y mantener los vínculos en Rusia. Las elecciones se celebraron envueltas de polémica y con el cruce de acusaciones habituales: las autoridades moldavas declararon persona non grata al director del ente radiotelevisivo ruso Rossiya Segodnya, Dmitri Kisiliov, e impidieron la entrada a un equipo de televisión del primer canal de televisión ruso, que en julio de 2014 había visto sus emisiones prohibidas en e país durante un año.
Una disputa regional
El 16 de mayo, 3.000 personas se manifestaban en Chisinau convocadas por el movimiento irredentista Actiunea 2012, que pide la creación de una Gran Rumanía que incluya a Rumanía, Moldavia y Besarabia dentro del marco de la Unión Europea. Este tipo de manifestaciones evocó en Tiraspol las reivindicaciones de las facciones más chovinistas del Frente Popular de Moldavia en los ochenta, que pedían la expulsión de rusos, ucranianos y gagaúzos del país y precipitó el conflicto que terminó justamente con la creación de la república separatista.
El 21 de mayo, la Rada Suprema (Parlamento) de Ucrania aprobó suspender la cooperación militar con Rusia. Una de las consecuencias de esta suspensión es que Kiev ya no permite el paso de tropas y convois militares rusos a Transnistria. “Al Ministerio de Defensa (de Rusia) no le queda otra opción que suministrar a las fuerzas rusas todo lo que necesitan mediante un puente aéreo”, respondió un oficial del Ministerio.
Saakashvili entra en juego
Cuatro días después, el 25 de mayo, 66 organizaciones de Transnistria hacían pública una carta dirigida al presidente de la Federación Rusa, Vladímir Putin, pidiéndole que protegiese al país en caso de amenaza externa.
El 29 de mayo, el expresidente de Georgia, Mijaíl Saakashvili, recibía la nacionalidad ucraniana, y al día siguiente era nombrado por el presidente ucraniano, Petró Poroshenko, gobernador de Odesa, el óblast fronterizo con Transnistria. El nombramiento de Saakashvili ha sido visto como una provocación por parte de Rusia, pero también –y en este punto los medios occidentales guardan silencio– como un indicio de que Kiev podría aprovechar la experiencia de Saakashvili para “descongelar” el conflicto en Transnistria.
Saakashvili era presidente de Georgia en 2008, cuando el país entró en un conflicto armado con la república separatista de Osetia del Sur. La respuesta rusa en defensa de Osetia del Sur, sin embargo, obligó a las tropas georgianas a retroceder en cinco días (el conflicto en Rusia se conoce precisamente como la “guerra de los cinco días”). El Ejército ruso entró en territorio georgiano y llegó a la ciudad de Kaspi, muy cerca de la capital, Tbilisi. El conflicto con Georgia demostró que las fuerzas armadas rusas, a pesar de arrastrar problemas, estaban inmersas en un proceso de modernización que las hacían capaces de mantener durante un cierto periodo de tiempo un enfrentamiento con un ejército convencional en sus fronteras y, en este caso, resolverlo con éxito.
Dos frentes, un escenario
La asistencia rusa, no obstante, sería más difícil que llegase en caso de una intervención del Ejército moldavo –o incluso moldavo y ucraniano– en Transnistria. Como informó ya este medio (veáse “L’amenaça russa”, Directa 384, 5 de mayo), en un informe reciente, la agencia de inteligencia estadounidense Stratfor calculó que una intervención rusa en Donbás en apoyo de la RPD y la RPL que llegue hasta el óblast de Jerson –protegiendo así territorialmente Crimea– duraría unas dos semanas como mucho y necesitaría 30.000 soldados. Pero para proteger esta ganancia territorial del Ejército ucraniano y sus batallones auxiliares, Rusia necesitaría 15.000 soldados más. Si Rusia quisiera no obstante ampliar este territorio hasta el óblast de Odesa y conectar así la RPD y la RPL con Transnistria, necesitaría, según Stratfor, el doble de soldados: 90.000. Y si optase por una ofensiva general a lo largo de toda la frontera con Ucrania, entonces Rusia necesitaría 250.000 soldados. Ahora bien, las fuerzas armadas terrestres de Rusia se componen actualmente de 280.000 soldados, es decir, que Rusia se quedaría con 30.000 soldados destinados a defender el país –territorialmente el más grande del mundo– e intervenir en otras hipotéticas zonas de conflicto.
Con el grueso de las fuerzas armadas rusas en Ucrania, ¿no dejaría Rusia un importante frente descubierto en el Cáucaso norte (Chechenia, Ingushetia, Daguestán)? ¿Cuáles serían los costes políticos y económicos de una operación de estas características para Rusia? Hasta la fecha el Estado mayor ruso ha sido muy consciente de que su país no puede mantener en términos militares, políticos y económicos un pulso sostenido con la OTAN que pondría en riesgo incluso su propia integridad territorial, y por este motivo ha desarrollado el concepto de la llamada “guerra híbrida” (veáse “La doctrina Gueràssimov”, Directa, edición digital, 11 de septiembre de 2014). En opinión del politólogo conservador Rostilav Ichenko, EEUU estaría intensificando sus esfuerzos por desestabilizar Rusia antes de que ésta consiga una autonomía económica y una estructura militar suficientemente desarrollada como para hacer frente a un conflicto militar mayor de los que ha protagonizado hasta ahora, por una parte, y que EEUU acuse los efectos de la crisis financiera en su competencia estratégica con China por el liderazgo de la economía mundial, por la otra. Meses antes, un artículo del también conservador Nikolái Starikov afirmaba que EEUU estaban intentando arrastrar a Rusia a un conflicto con el mismo fin.
Según el diario alemán junge Welt, la publicación de estudios como el de Stratfor dejan entrever que Washington ya no se plantea la posibilidad de arrastrar a un conflicto armado a Rusia en el teatro europeo, sino que calcula directamente con qué posibilidades de éxito contaría. Mucha tinta han vertido los kremlinólogos de rigor sobre el interés del Kremlin a la hora de crear un ‘conflicto congelado’ en Ucrania oriental que juegue a favor de sus intereses –evitando que el país pueda entrar en la Unión Europea y la OTAN, por ejemplo– y poco, en cambio, de cómo estos ‘conflictos congelados’ en realidad pueden funcionar en ambos sentidos. De agravarse, el caso de Transnistria sólo podría suponer arrojar más gasolina al fuego.
Artículo publicado por Sinpermiso.info.
http://arainfo.org/2015/06/despues-de-ucrania-transnistria/
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