La torpedista Estefanía Ruiz, frente al submarino Tramontana, en el Arsenal de Cartagena. Silvia P. Cabeza
Entrar en el Arsenal de Cartagena es como cruzar un paso donde sólo el sol y el silencio se atreven a jugar con el mar y la Historia: aquí Isaac Peral inventó el primer submarino del mundo y aquí el rey Alfonso XIII abandonó el país tras proclamarse la Segunda República. No parece que nada se mueva mientras los mástiles de una fragata gris marcan la frontera del puerto. Un cartel anuncia la Escuela de Submarinos y unas banderas, ya en retirada, recuerdan la fiesta en honor a los 105 años del arma submarina española que se celebró hace unos días.
Sólo al final, entre los hangares, un ajetreo de militares con mochilas al hombro rompe la tranquilidad de la mañana. En el mar, como tres monstruos negros agazapados pero en guardia, se mantienen a flote tres submarinos de los que sólo uno funciona: el Tramontana, en activo desde 1987.
"Ese no está en uso pero se tiene ahí por las piezas. El coste de retirarlo sería superior a su desguace", advierte la torpedista Estefanía Ruiz (30 años). Su sonrisa y la rapidez con la que habla borra de un plumazo las ojeras iniciales de su rostro: "Es que salgo de 24 horas de guardia. Y aquí ni me arreglo ni me pinto ni nada", bromea.
P.- ¿Se permite ir maquillada en el submarino?R.- Te puedes echar una base de maquillaje, todo muy natural, y un rímel si acaso. No se debe... pero bueno.
Enseguida se ofrece a enseñarnos el submarino, "mi submarino del alma". Casi como si abriera las puertas de su casa, nos señala la escotilla con la mano y nos invita a bajar. Doce escalones y el sol ya sólo es un reflejo. La calidez la aportan los marineros y los suboficiales que van de un lado para otro de un estrecho pasillo preparando el submarino para salir a navegar aunque cuando se está en alta mar el ambiente suele estar muy cargado.
"Es que nos vamos mañana a hacer una maniobra de adiestramiento con los infantes y los buzos, por eso hay este follón", explica Fany sin dejar de sonreír. "Este es mi oficial". "¡A sus órdenes!", le espeta mientras se cuadra a la espera de su permiso. Él le sonríe y le pregunta si de nuevo está con periodistas. "Es la cara visible del Tramontana", bromea en referencia a esta almeriense afincada en Cartagena, donde vive con su marido, también submarinista, y sus tres hijos.
Y no es para menos. Estefanía Ruiz es la única mujer torpedista en un submarino de la Armada española y lleva 12 años subiendo y bajando por esa escotilla. En el Ejército español sólo hay 32 mujeres en la especialidad, que suponen un 10% del total de militares en submarino, y sólo una se decidió a manejar las armas de guerra. "Fue mi primer destino, mi primera experiencia con 18 años y me gustó muchísimo. Luego estuve tres años en El Ferrol, en la fragata Cristóbal Colón, y en cuanto pude, volví al Tramontana".
'Fany' revisando el estado de los torpedos. Silvia P. Cabeza
Los cinco torpedos
Entre los tubos donde se guardan las armas se mueve ligera y conociendo el terreno: "Tenemos cuatro tubos y el cargo de torpedo de paso son cinco. Hay cuatro en estiba y uno en el tubo 2", explica recorriendo la cabeza del submarino jalonada de colchones.
Nunca ha tenido que disparar en una situación de combate aunque estuvo dos veces en misiones frente a la costa de Libia y una con la OTAN. Pero si tuviera que hacerlo tardaría décimas de segundos en entrar en posición: "Yo relleno el tubo con agua, al estar en inmersión tiene que llevar agua aunque tenga el torpedo. Lo equilibramos, preparamos las válvulas, rellenamos botellas de aire para que haga presión..." y el resto es esperar a la orden del oficial y a que el suboficial apriete el botón, después de que hayan metido los datos de dirección.
"Nosotros hacemos lanzamiento en emergencia, que es el ejercicio para el cabo o el marinero torpedista de guardia ya que sería todo desde aquí. Es el simulado pero se practica por si hay que ponerlo en práctica", asegura disparando con palabras rápidas y cortas, como en un zafarrancho de combate.
Es el único momento en el que se pone seria (y ante un superior también). El resto del tiempo expande una risa contagiosa y todos bromean a su paso. Entre esos tubos, ha llegado a pasar hasta una Nochebuena con su familia submarina. "Tuvimos que salir a una misión y éramos muy pocos. Así que cenamos todos juntos en el comedor de suboficiales, desde el comandante hasta el marinero. Todos aquí".
La torpedista en un pasillo angosto del Tramontana. Silvia P. Cabeza
Una ducha para todos
Ni ella misma sabía que, cuando llegó a Granada a acompañar a un amigo para alistarse, acabaría echando raíces en el fondo del mar. "Fue a preguntar y yo que soy muy atrevida y siempre me habían gustado las cosas de riesgo, decidí que ese mismo día, sin pensarlo, quería hacer las pruebas. Y entré a la primera. Mi reclutador era submarinista y me lo vendió tan bien que no me lo pensé. No me he arrepentido nunca porque la realidad es mucho mejor".
La marinero Fany (que no marinera, "eso es la prenda de vestir") destaca que bajo del mar "el ambiente es más ameno, menos jerárquico". "En un barco, no ves al comandante en ningún momento. Aquí te lo cruzas y te pregunta qué has comido, qué tal estás, sabe quién eres".
Y es que es imposible no toparse con cualquier alma que esté dentro del submarino. "Guarda abajo", el grito viene de arriba e inmediatamente cae una bolsa con estampado militar. "Ojo, que voy". Y el minirincón entre la mesa y las sillas se convierten en el aparcamiento idóneo para dejar pasar a dos marineros que transportan herramientas de aquí para allá.
"Hay una ducha y dos baños para 65 personas". Nada más entrar a mano izquierda. Cualquiera pensaría que se trata de un armario ropero pero cuando la vista se acostumbra a la oscuridad de la zona se ve un trozo de paso y un grifo acoplado al techo.
"Desde el comandante hasta el último marinero se duchan aquí. Todo el mundo", destaca como un alarde de la democratización que supone el arma submarina. Aunque con matices: "Las mujeres tenemos el inconveniente de que no venimos en albornoz, porque está mal visto, así que me metería vestida, cerraría la puerta con el candado y llevaría una bolsa preparada para la ropa sucia y otra para la limpia", narra con toda naturalidad.
Mientras habla, mirando al fondo de la miniducha, el estrés envuelve uno de los momentos que se suponen más relajantes en una jornada laboral. Y si encima hay cola en la puerta o el agua caliente se acaba... "Yo tardo un poco más por el cambio de ropa pero las duchas son muy cortas, de cuatro minutos. Cuando empecé siempre me duchaba con agua fría porque al ser marinero... Primero tienen que ducharse los oficiales, luego los suboficiales, los cabos primero, cabos y ya los marineros".
Hace unos años los miembros de la tripulación se duchaban cada tres días así que la pregunta ante una mujer joven resulta evidente: ¿qué hace una militar cuando le viene la menstruación? "El Ejército permite en esos casos que nos duchemos todos los días. Pero cuando empecé no lo sabía y no se me ocurría ni preguntar, porque era incómodo. Lo que hacía era asearme en uno de los baños que había una manguera, hasta que me enteré. Lo pasaba bastante mal, la verdad". "Ahora", continúa, "nos hemos relajado con el tema de las duchas y aprovisionamos más agua para poder ducharnos todos los días".
Revisando los manuales de funcionamiento del submarino. Silvia P. Cabeza
La cocina y el baño, pegados
No es la única intimidad que se queda en tierra cuando se zarpa: "Tenemos solo dos baños para todos. Cuando hay hora punta de entrada y salida de guardia, aquí hay una persona lavándose los dientes y tienes que pasar pegadita para el baño. Se hace cola porque todo el mundo quiere entrar y salir. Es horrible pero para todos. Hay gente que es muy grande y casi no cabe, por suerte yo soy pequeña". Y se ríe con ganas, segura de que son anécdotas que hacen fuerte a una marinero y vivo a un submarino. "Aquí los primeros días uno no puede hacer nada en el baño. Se te corta hasta el alma". Y vuelve a reír dejando claro que se refiere a palabras mayores.
Frente a los baños está la cocina. Ningún arquitecto aprobaría una distancia tan enana entre dos estancias claves. "El cabo está todo el día con un horno y dos ollas", destaca Fany como homenaje a cada uno de sus compañeros. "Aquí te apoyas siempre en el otro. Somos una familia. No eres nada sin ellos porque, entre otras cosas, nunca estás solo".
Lo mejor de la comida, "los desayunos del domingo por la mañana que prepara crepes o donuts o cosas especiales". Una forma quizá de advertir que se acaba una semana y empieza otra porque sumergidos, uno no sabe si es de día o de noche, lunes o miércoles.
"Si es una misión grande hacemos tres horas de trabajo y descansas seis pero si somos menos y vamos a dos guardias, son seis horas de trabajo y seis de descanso donde comes, duermes... Al final estás muy focalizado en el trabajo y no sabes ni qué hora es".
En la escotilla, la puerta de su segunda casa. Silvia P. Cabeza
En la armada no hubo mujeres hasta 1990, pero tardarían 10 años más en poder pedir destino en submarinos. El acontecimiento coincidió con el comienzo del nuevo milenio, en el año 2000. En 1988, como se recordará, se permitió que las mujeres pudieran convertirse en soldados en España. P.- ¿Por qué tardaron tanto en incorporarse?R.- Obviamente por la intimidad. Aquí no hay intimidad. Las mentes no eran tan abiertas antes y las mujeres tenemos de vez en cuando situaciones más especiales que los hombres. Hay todavía ejércitos en el mundo que no tienen mujeres en submarinos.
No se atisba ni un trazo de queja en la visita guiada al Tramontana. Ni a su trabajo. "Yo estoy muy orgullosa de lo que hago. Aquí me siento realizada". Sólo tuerce el gesto cuando recuerda la incomunicación que se vive dentro del submarino respecto a la familia.
"Cuando vuelvo estoy deseando ver a mis hijos. Tengo tres: dos niñas y un niño, de 7, 4 y 2 años. La incomunicación es muy dura pero mi marido también es militar, por lo que intentamos llevarlo lo mejor que podemos".
Lo único que llega al submarino es algún correo electrónico de vez en cuando pero que pasa los filtros necesarios para evitar desestabilizar a los que están embarcados: "Cuando pasa algo, nos lo callamos y lo contamos cuando ya se llega a puerto porque tratamos de evitar preocupaciones aquí abajo". Y eso que vivimos pegados a un móvil: "Ahora es más fácil la comunicación en puerto, mandar fotos, hablar por teléfono... pero antes, con el roaming, las llamadas eran carísimas".
Pasarse 31 días incomunicado puede ser toda una experiencia en la era de la sobreinformación. "Cuando vuelves parece que vienes del espacio exterior: los anuncios de la tele han cambiado, la moda no es la misma, vas a las tiendas y no reconoces. E incluso el clima ya es distinto. Es como un Gran Hermano".
Reducción de jornada
Habla con la emoción de una experiencia que marca pero casi de un recuerdo porque desde que tuvo a su primera hija no ha podido salir en navegaciones largas. La maternidad es difícil para una trabajadora en cualquier situación pero para la encargada de tener los torpedos en condiciones de un submarino, más.
"Lo más tenso y más incómodo que he vivido laboralmente ha sido tener la reducción de jornada. Te podría decir que en la guerra de Libia, nos acercamos al golfo y nos quedamos sin batería, pero a mí la que más me ha molestado es tener la reducción porque no podía hacer mi función", se lamenta.
Cuando una mujer comunica que está embarazada, deja el submarino por un puesto de oficina. "No se puede embarcar porque es peligroso". Cuando ya da a luz, tiene hasta que el niño cumple un año para disfrutar de la lactancia, exonerada de guardias y de navegaciones. "También lo puedes acumular y sería un mes más de baja. Yo siempre he preferido estar un año sin salir para estar más tiempo con mis hijos".
A partir de ahí, tienen derecho a una reducción de jornada hasta que el menor tiene cuatro años. "Yo estaba deseando que mi hijo cumpliera el año y quitarme la reducción. Y hacer todo lo posible para que mi trabajo no dijera nada malo de mí", reconoce.
Por eso Estefanía lo tiene claro: "El mayor reto de la mujer en el Ejército es ser madre y militar a la vez. Desde que tuve a mis hijos no he podido evolucionar de la manera que lo han hecho mis compañeros hombres. Porque decimos que somos iguales pero recae sobre nosotras el cuidado de los hijos".
Y eso que ella está en régimen de conciliación con su marido, militar y submarinista, que evita que les coincidan las guardias y las misiones. "Mis hijos siempre dicen que el militar es papá, no sé por qué, y yo siempre les digo que el submarino es de los dos. Será porque cuando está de guardia él yo siempre los traigo y cuando yo estoy él no los trae", sonríe.
La vista general del Arsenal de Cartagena. Silvia P. Cabeza
Muchos estudios advierten de que la maternidad llega a la mayoría de las mujeres justo en el periodo en el que se produce el ascenso en la carrera. Un poco lo que le pasó a Estefanía. "Mi marido y yo éramos los dos marineros. Surgió la oportunidad de hacer el acceso para ser suboficial pero yo tenía a mi hija pequeña y no quería que estuviera todo el día en la guardería. Él entró en la academia. Yo lo intenté el año pasado y estuve a punto. Pero no lo pasé".
Su lamento está lleno de sacrificio, de ese que los militares tienen grabado a fuego y, si es por los compañeros, más. Por eso sus horas en el submarino son casi una fiesta para Estefanía pese a la incomodidad y la ausencia de soledad. "Esta máquina no está hecha para nosotros ni para habitabilidad, no está hecha para que estés cómodo. Está hecha para su función bélica y para ser operativos. Lo importante es si cumple su misión".
Y es que al llegar la noche la habitabilidad no es mejor. La Armada ha tratado de 'robar' huecos al submarino para evitar que haya también camas calientes, aunque no siempre es posible: "Yo he participado en salidas que eran dos camas para tres integrantes. Cuando te tocaba extendías tu saco y al acabar lo recogías. Ahora cada uno tiene la suya y se elige por antigüedad".P.- ¿Cuáles son las camas más solicitadas?R.- Las de en medio porque son más fáciles de acceder. A las de arriba nos cuesta más. Yo siempre trato de que estén en una esquina o que pueda subir bien. Hubo algún comandante o subcomandante que propuso que las mujeres durmiéramos arriba, para tener más privacidad. Pero en otras ocasiones he dormido donde me tocara.
Al principio, los jefes querían que las mujeres durmieran en las camas de arriba. Silvia P. Cabeza
Una JEMAD con muchos hijos
Es consciente de que su trabajo le exige estar dispuesta las 24 horas del día y que no puede viajar sin comunicarlo a la base, pero lo tiene tan interiorizado que no le parece ni extraño: "Lo mejor para mí es salir a defender los intereses de mi país. Eso me recompensa todo".
Cree que la situación de la mujer en el Ejército se puede mejorar con la llegada de más jefas, "porque nos echarían una mano a marineros y cabos". Y sueña con una JEMAD, "que sea mujer y que tenga muchos hijos".
Cuando se le pregunta sobre micromachismos en el lenguaje o entre compañeros, mira hacia arriba y encoge los hombros. Sabe que los hay pero nunca los ha sentido en sus carnes. "En el submarino todos dependemos del otro, da igual que sea hombre o mujer, y tienes que ser honesto y trabajador". Les va la vida en ello.
De hecho, en ese mismo Tramontana donde los marineros y cabos trabajan como abejas colocando cada provisión en su panal, hubo una vía de agua en 2008 cuando el mar se coló hasta mitad de pierna. "Fue un año antes de que yo llegara. Todos menos uno, el timonel, volvieron a su puesto y alguno sigue con nosotros. Hay que tener una mentalidad muy fuerte y confianza", remata.
Conforme crezcan sus hijos espera recuperar el tono de su trabajo, el que la mantenía encendida por dentro a todas horas, y espera que ellos lo entiendan: "Los amo a ellos y a mi trabajo, son dos amores diferentes".
Se despide frente a su submarino, con una sonrisa enorme, y un lema que bien podría haberse creado en un despacho del Ministerio de Defensa: "El Ejército me ha dado mucho. Me ha enseñado saber estar, disciplina. Todo lo que tengo es gracias al Ejército". Minutos después vuelve al fondo del mar. Por la misma escotilla de la que salió para terminar su guardia.
En su casa, su otra casa, le esperan para seguir con la jornada... ahora en su puesto de madre. Se pintará los labios rojos, "porque mira que quedan elegantes", y se quitará el uniforme. La entrega, sin embargo, va siempre con ella.
*Mi inspiración ha sido mi madre que ha sacado a su familia sola y con ella no ha podido nadie. Nos ha sacado adelante a mi hermano y a mí. Y eso que cuando le dijo que entraba al ejército le advirtió que no iba a durar ni dos días.