Dos mujeres, en las calles destruidas del barrio de Beit Hanoun, en Gaza. ALBERTO H. ROJAS
ANA GARRALDAEspecial para EL MUNDOActualizado: 22/08/2014 21:55 horas
Cada día Ahmed Bakri tiene que bajar andando, garrafa en mano, los catorce pisos que separan su casa del punto de suministro de agua potable que el Ayuntamiento de Ciudad de Gaza ha dispuesto en su barrio. Vive en Sheij Raduán, cerca de la casa de la familia Al Dalou en la que el martes murieron, a consecuencia de un bombardeo israelí, la segunda esposa y un hijo del líder del brazo armado de Hamás, Mohamed Deif.
Desde el comienzo de la ofensiva, hace más de 45 días, el sistema de distribución de agua corriente de la Franja ha resultado gravemente dañado. Según datos de la Autoridad Palestina de Aguas (PWA), 17 kilómetros quedaron inservibles en todo el enclave costero y otros 29 sufrieron importantes daños. Además, 12 de las depuradoras del Gaza fueron destruidas, por lo que las aguas residuales empiezan a filtrarse en el sistema de canalización de aguas y en los acuíferos subterráneos. "Ha habido algunos casos de filtraciones de aguas fecales en los pozos, así que preferimos hervir siempre el agua", explica Ahmed.
Los Bakri, como aquellos gazatíes que pueden permitírselo, beben agua embotellada, cocinan con agua distribuida por los camiones-cisterna previamente hervida y sólo la usan como tal para la higiene personal y la limpieza. En definitiva, son unos privilegiados. Medio millón de desplazados internos, que han abandonado las zonas más castigadas de la Franja (Beit Hanún, Beit Lehia y Rafah, y barrios como Shuyaiya y Juzaa) para refugiarse en escuelas públicas o de Naciones Unidas, apenas pueden lavarse, ducharse o mantener unos mínimos de higiene personal.
"Tenemos que guardar largas colas para tener algo del agua que llega en los camiones-cisterna", señala Fátima Wigdan, llegada de Beit Lehia a una escuela de la UNRWA en el campo de refugiados de Yabalia. "Si queremos ir al retrete o ducharnos tenemos que buscar a algún conocido o vecino de la zona que nos deje entrar en su casa, pues aquí las instalaciones están desbordadas", asegura esta gazatí que vive junto a otros 50 familiares en una de las aulas de poco más de 30 metros cuadrados del colegio. En las 83 escuelas-refugio que la ONU ha habilitado en toda la Franja viven casi 280.000 desplazados internos. Instalaciones que se han convertido en el caldo de cultivo ideal para la proliferación de piojos y enfermedades cutáneas como la sarna.
El alto el fuego de ocho días previo a la reciente reanudación de los enfrentamientos armados entre el Ejército israelí y las milicias palestinas sirvió para comenzar los trabajos de reparación en los puntos más afectados de la red de distribución y tratamiento de agua potable. "Pero incluso si conseguimos los fondos necesarios vamos a tardar meses en reunir los materiales", comenta Rubhi al-Sheij, director adjunto de la Autoridad Palestina de Aguas, junto a una de las estaciones de bombeo destruidas. El hedor es insoportable."Hay que importar maquinaria muy sofisticada y todo se ralentizará si las fronteras siguen cerradas. Ese es el gran problema", añade impasible este funcionario. La capacidad de extracción y distribución de agua potable se ha reducido a 1/3 de la capacidad previa al comienzo de la guerra.
Según al-Sheij, "todo es parte de un complejo engranaje". En la ciudad de Gaza las aguas residuales no pueden ser depuradas porque la planta de tratamiento que da servicio a la ciudad fue bombardeada. Además, las estaciones de bombeo que la nutren no pueden funcionar sin electricidad, pero la única central del enclave costero -que aportaba, entre un 40% y un 60% del suministro eléctrico de la Franja- fue destruida. Tampoco se mantiene en pie gran parte del tendido eléctrico que conectaba el norte de la Franja con Israel, el principal suministrador de energía al enclave costero.
Durante la última tregua los técnicos pudieron arreglar parte de esta infraestructura, logrando aumentar hasta seis las horas de suministro en algunos puntos de la Franja de Gaza, pero este periodo de tiemporesulta insuficiente en cualquier caso para cubrir las necesidades de los 1.8 millones de gazatíes.
"Ahora mismo unos 100.000 metros cúbicos de agua sucia termina sin filtrar cada día en el mar", añade al-Sheij. Agua contaminada que es expulsada a través de enormes desagües cuyos chorros de aguas fecales tiñen de color marrón oscuro las mismas orillas donde se bañan decenas de niños gazatíes y faenan algunas barcas de pesca en cuanto paran los bombardeos. "Todo está contaminado, pero no tenemos alternativa", comenta Mohammed Nassar, un pescador del campo de refugiados de Shati, al lado de uno de estos pestilentes chorros junto al que una enorme señal del Ayuntamiento reza así "prohibido bañarse, pescar o tirar basura al mar".
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