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Se lanzaron dos misiles estadounidenses hacia la costa Siria, y ninguno llegó a su destino
Global Research, 26 de octubre de 2013
[El Cabo de Buena Esperanza Presentación en el foro de Rhodes, 05 de octubre de 2013.]
Primero, las buenas noticias. Terminó la hegemonía estadounidense. El matón ha sido dominado.
Pasamos el Cabo de Buena Esperanza, simbólicamente hablando, en septiembre de 2013. Con la crisis de Siria, el mundo ha pasado una encrucijada clave de la historia moderna. Fue algo de solo llegar y tocar, tan lleno de riesgos como la crisis de los misiles de Cuba, de 1962.
Las posibilidades de guerra total eran altas, porque la férrea voluntad de EE. UU. y Eurasia había coincidido en el Mediterráneo Oriental. Tomará algún tiempo hasta que se evidencie la verdad de lo que hemos vivido; esto es normal en hechos de tal magnitud. La agitación en los Estados Unidos, desde la frenética persecución1en Washington DC hasta el cierre del gobierno federal y la posible moratoria de la deuda, son las consecuencias directas de este evento.
¿Recuerdan el Muro de Berlín? Cuando se derrumbó, yo estaba en Moscú, escribiendo para Haaretz. Había ido a una conferencia de prensa con los miembros del Politburó en el Hotel Presidente y les pregunté si ellos coincidían con la opinión de que el fin de la URSS y del sistema socialista estaba cerca. Rieron; fue una situación incómoda. “Ah, no”, dijeron. “El Socialismo florecerá a resultas de la caída del muro”. La URSS se disolvió dos años después. Ahora nuestra memoria ha compactado esos años en una breve secuencia, pero en realidad, llevó algún tiempo.
El evento más dramático de septiembre de 2013 fue la confrontación de fuerzas que tuvo lugar al mediodía cerca de la costa levantina, con cinco destructores estadounidenses apuntando sus misiles Tomahawk hacia Damasco, y frente a ellos la flotilla rusa de once naves liderada por un “asesino de portaaviones”, el crucero misilístico Moskva, y apoyada por
buques de guerra chinos. Al parecer, se lanzaron dos misiles hacia la costa Siria, pero ninguno logró llegar a su destino.
Un periódico libanés afirmó, citando fuentes diplomáticas, que los misiles fueron lanzados desde una base aérea de la OTAN en España y fueron derribados por el sistema de defensa mar-a-aire de una nave rusa. Otra explicación propuesta por el Asia Times dice que los rusos emplearon sus baratos y potentes bloqueadores de GPS2 para neutralizar los costosos Tomahawks, desorientándolos y haciéndolos fallar. Sin embargo otra versión atribuye el lanzamiento a los israelíes, sea que hayan estado tratando de provocar el inicio de una guerra o que sólo hayan estado mirando las nubes, como dicen.
Cualquiera haya sido la razón, después de este extraño incidente, no se inició el intercambio de fuego entre las flotas enfrentadas, porque el Presidente Obama desistió del combate y enfundó sus pistolas. Esto fue precedido por una inesperada votación en el Parlamento británico. Esta venerable corporación declinó el honor de unirse al ataque propuesto por los Estados Unidos. Fue la primera vez en doscientos años que el Parlamento británico votaba en contra de una propuesta sensata para iniciar una guerra; generalmente los británicos no pueden resistir la tentación.
Después de eso, el Presidente Obama decidió pasar la papa caliente al Congreso. No estaba dispuesto a desencadenar el Armagedón por cuenta propia. Así se diluyó el ímpetu bélico. El Congreso [de los EE. UU.] no quería ir a una guerra de consecuencias impredecibles. Obama había tratado de intimidar a Putin en la reunión del G20 en San Petersburgo pero no pudo. La propuesta rusa de eliminar armas químicas sirias permitió al Presidente Obama salvar las apariencias. Estas desventuras pusieron fin a la hegemonía, supremacía y excepcionalismo de los EE. UU. Se acabó el “destino manifiesto”. Todos aprendimos eso en las películas de Hollywood: el héroe nunca da marcha atrás: ¡saca la pistola y dispara! Si enfunda sus armas, no es un héroe; se ha acobardado.
Luego, las cosas comenzaron a desarrollarse rápidamente. Para disgusto de Tel Aviv, el Presidente de Estados Unidos tuvo una charla con el nuevo Presidente de Irán. Los rebeldes del Ejército Libre de Siria decidieron conversar con Assad tras dos años de luchar contra él; y su delegación llegó a Damasco, dejando plantados a los extremistas islámicos. Qatar, defensor de tales extremistas, está sobrecargado por el esfuerzo económico y político. El cierre de su gobierno y el posible no pago de la deuda dieron a los estadounidenses un problema real por el que preocuparse. Con el fin de la hegemonía de Estados Unidos, los días del dólar como moneda de reserva mundial están contados.
Casi se produjo la tercera guerra mundial, como deseaban los grandes banqueros. Tienen demasiadas deudas, incluyendo la insostenible deuda externa de los Estados Unidos. Si los Tomahawks hubieran llegado al blanco, los grandes banqueros podrían haber alegado razones de fuerza mayor y desentenderse de la deuda. Millones de personas hubiesen muerto, pero miles de millones de dólares estarían a salvo en las bóvedas de JP Morgan y Goldman Sachs. En septiembre, el mundo cruzó con seguridad esta umbral, cuando el Presidente Obama se negó a cargar con la culpa de los grandes banqueros. Tal vez merecía su premio Nobel de la paz, después de todo.
El futuro está lleno de problemas pero ninguno es ineluctable. Estados Unidos perderá sus derechos de emisión del dólar como fuente de ingresos. El dólar dejará de servir como moneda de reserva mundial, aunque seguirá siendo la moneda de los EE. UU. Otras partes del mundo recurrirán al euro, al yuan, al rublo, al bolívar o al dinar. El gasto militar de Estados Unidos tendrá que reducirse a niveles de normalidad, y la consecuente eliminación de bases de ultramar y armamento permitirá a la población de Estados Unidos enfrentar la transición con poco sufrimiento. Nadie quiere seguir a EE. UU. en sus aventuras bélicas; el mundo ya se cansó de verlos cabalgar con escopeta en mano. Estados Unidos tendrá que encontrar nuevo empleo para muchos banqueros, carceleros, soldados, incluso políticos.
Cuando estuve en Moscú durante la crisis, observé estos acontecimientos tal como los veían los rusos. Putin y Rusia han sido implacablemente apremiados durante bastante tiempo.
—Los Estados Unidos apoyaron y subvencionaron la oposición liberal y nacionalista de Rusia; y presentaron las elecciones nacionales de Rusia como un gran fraude. El gobierno ruso fue deslegitimizado hasta cierto punto.
—La ley Magnitsky del Congreso autorizó las autoridades estadounidenses para arrestar a cualquier ruso que no les cayese bien y confiscarle sus activos, sin posibilidad de recurrir a un tribunal.
—Algunos bienes del estado ruso se incautaron en Chipre, donde los bancos estaban en problemas.
—Estados Unidos alentaron a
Pussy Riot, desfiles de homosexuales (“de “orgullo gay”), etc., en Moscú, con el fin de promover en los medios de comunicación occidentales y de los oligarcas rusos una imagen de Putin dictador, enemigo de la libertad y aborrecedor de los homosexuales.
—El apoyo ruso a Siria fue criticado, ridiculizado y presentado como una conducta brutal desprovista de humanidad. Al mismo tiempo, los expertos de los medios occidentales expresaban su certeza de que Rusia abandonaría a Siria.
Como escribí anteriormente, Rusia no tenía intención de entregar Siria, por una serie de buenas razones: era un aliado; los cristianos ortodoxos sirios confian en Rusia; y geopolíticamente la guerra se estaba acercando demasiado a las fronteras rusas. Pero la razón principal fue la molestia de Rusia por la prepotencia estadounidense. Los rusos pensaban que decisiones tan importantes [como alguna sobre el conflicto sirio] debían tomarse por acuerdo de la comunidad internacional, lo que significa el Consejo de seguridad de la ONU. No aprobaban que los Estados Unidos asumiesen el papel de árbitro mundial.
En la década de 1990, Rusia era muy débil y no podía oponerse eficazmente, y los rusos sintieron amargura cuando Yugoslavia fue bombardeada y tropas de la OTAN se movieron hacia el Este, rompiendo la promesa de Estados Unidos a Gorbachov. La tragedia Libia fue otro punto crucial. Ese desafortunado país fue bombardeado por la OTAN y finalmente se desintegró. Del estado africano más próspero que era, se convirtió en el más miserable. La presencia rusa en Libia era bastante limitada, pero aun así Rusia perdió algunas inversiones. Moscú se abstuvo en la votación sobre Libia, ya que esa fue la posición del entonces Presidente ruso Dmitry Medvédev, quien creía que era posible jugar a la pelota con Occidente. Pero Putin de ninguna manera estaba dispuesto a abandonar a Siria al mismo destino que sufrió Libia. La rebelión rusa contra la hegemonía de Estados Unidos comenzó en junio, cuando el vuelo de Aeroflot de Beijing que llevaba a Ed Snowden aterrizó en Moscú. Para regresarlo, los estadounidenses presionaron todos los botones que pudieron. Activaron la gama completa de sus agentes en Rusia. Sólo algunas voces, entre ellas la de quien esto escribe, pidieron a Rusia que proporcione refugio seguro a Snowden, y nuestras voces prevalecieron. A pesar de la presión de Estados Unidos, se concedió asilo a Snowden.
El siguiente paso fue la escalada Siria. No quiero entrar en detalles del presunto ataque químico. Desde el punto de vista ruso, no hubo ni podía haber motivo para que Estados Unidos actúe unilateralmente en Siria o en cualquier otro lugar. En cierto modo, los rusos han restaurado el Derecho Internacional a su viejo y respetado lugar. El mundo se ha convertido en un lugar mejor y más seguro. Nada de esto podría haberse logrado sin el apoyo de China. El gigante asiático considera a Rusia su “hermana mayor” y confía en su capacidad de lidiar con los “de ojos redondos” (occidentales). Los chinos, a su manera tranquila y sin pretensiones, jugaron junto a Putin. Transfirieron a Snowden a Moscú. Vetaron proyectos de resolución antisirios en el Consejo de Seguridad de la ONU y enviaron sus barcos de guerra al Mediterráneo. Por ello Putin se mantuvo firme y sin ceder terreno, no sólo por Rusia sino por toda la masa continental eurasiática.
La iglesia apoyó los esfuerzos de Putin; no sólo la iglesia ortodoxa rusa, sino los católicos y ortodoxos estaban unidos en su oposición a la inminente campaña militar estadounidense en apoyo de los rebeldes apoyados por EE. UU., que masacraban a los cristianos. El Papa hizo un llamamiento a Putin como defensor de la iglesia, al igual que las iglesias de Jerusalén y Antioquía. El papa casi amenazó con excomulgar a Hollande, y esa velada amenaza impresionó al Presidente francés. Así que Putin gozó del apoyo y la bendición de los patriarcas ortodoxos y del Papa: tal doble bendición es algo extremadamente raro.
Hubo muchos momentos interesantes y emocionantes de la saga Siria, suficientes para llenar tomos. Uno de los primeros intentos de someter a Putin fue el que tuvo lugar en la reunión del G8, en Irlanda. Putin iba a vérselas con el frente unido de Occidente, pero se las arregló para convencer a algunos de ellos para que estuviesen de su lado, y sembró las semillas de duda en otros corazones, recordándoles las acciones de los rebeldes sirios caníbales.
La propuesta de eliminar las armas químicas sirias fue hábilmente introducida; la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU bloqueó la posibilidad de atacar a Siria, al amparo del capítulo siete. Milagrosamente, los rusos ganaron en este arduo y difícil tira y afloja. La alternativa era calamitosa: Siria iba a ser destruida como Libia; y era inevitable un posterior ataque israelo-estadounidense contra Irán; el Cristianismo oriental perdería su cuna; millones de refugiados podrían inundar Europa; se habría demostrado que Rusia era un país sin importancia, pura palabra y nada de acción, tan importante como Bolivia, a cuyo
avión presidencial podían obligar a aterrizar para buscar a su antojo en la nave. Incapaz de defender a sus aliados, incapaz de defender sus posiciones, Rusia hubiera quedado con una “victoria moral”, un eufemismo para la derrota. Se habría perdido todo aquello por lo que Putin había trabajado durante 13 años al mando del Kremlin; Rusia hubiese vuelto a ser la de 1999, cuando Clinton bombardeó Belgrado.
Se llegó al tope de esta confrontación en el intercambio Obama-Putin sobre el excepcionalismo. Para comenzar, los dos hombres no eran amigos. Putin estaba molesto por lo que percibía como falsedad e hipocresía de Obama. Hombre que desde los escalones más bajos subió a la cima, Putin valora su propia capacidad de hablar francamente con toda clase de gente. Sus palabras confrontacionales pueden ser increíblemente brutales. Cuando un periodista francés lo abucheó respecto del tratamiento que daba Rusia a los separatistas chechenos, respondió:
“Los extremistas musulmanes (takfiríes) son enemigos de los cristianos, de los ateos e incluso de los musulmanes porque creen que el Islam tradicional es hostil a las metas que ellos se han fijado. Y si quieres convertirte en un radical islámico y estás listo para que te circunciden, te invito a Moscú. Somos un país de varias religiones y tenemos expertos que pueden hacerlo. Y yo les aconsejaría realizar esa operación de tal manera que nada vuelva a crecer en esa parte de tu cuerpo”.
Otro ejemplo de su charla sorprendentemente franca ocurrió en Valdai, cuando respondió a Bridget Kendall, de la BBC. Ella preguntó: “¿La amenaza de ataques militares de Estados Unidos juega en realidad un papel bastante útil en Siria para que sus armas sean puestas bajo control internacional?”
Putin respondió que Siria había conseguido armas químicas como alternativa al arsenal nuclear de Israel. Pidió el desarme de Israel e invocó el nombre de Mordejái Vanunu como ejemplo de un científico israelí que se opone a las armas nucleares. (Mi
entrevista con Vanunu había sido recientemente publicada en el diario ruso de más circulación y atrajo cierta atención.) Putin trató de hablar francamente con Obama. Sabemos del intercambio de opiniones entre ambos gobernantes por una filtración de la conversación confidencial entre Putin y Netanyahu. Putin llamó al americano y le preguntó: “¿Cuál es tu planteamiento sobre Siria?” Obama respondió: “Me preocupa que el régimen de Assad no respeta los derechos humanos”. Putin casi vomita por la pura hipocresía de esta respuesta. Él la entendió como una negativa de Obama para hablar con él “mirándose en los ojos”.
Tras el enfrentamiento sirio, Obama hizo un llamamiento a los pueblos del mundo en nombre del excepcionalismo estadounidense. La política de los Estados Unidos es “[…] lo que hace diferente a los EE. UU. Es lo que nos hace excepcionales”, dijo. Putin respondió: “Es extremadamente peligroso estimular a la gente para que se vea a sí misma como excepcional. Todos somos diferentes, pero cuando pedimos las bendiciones del Señor, no debemos olvidar que Dios nos creó iguales.” Esto fue no sólo una réplica ideológica sino teológica.
Como expliqué ampliamente
en otro artículo, los Estados Unidos se basan en la teología judía del excepcionalismo, en la creencia de ser elegidos de Dios. [EE. UU.] es el país del Antiguo Testamento. Esta es la razón más profunda de la relación especial entre los Estados Unidos e Israel. Europa atraviesa una etapa de apostasía y de rechazo a Cristo, mientras que Rusia sigue siendo profundamente cristiana. Sus iglesias están llenas, ellos se bendicen unos a otros con la bendición de Navidad y Pascua, en lugar de otras expresiones neutrales (sin connotación religiosa). Rusia es un país del Nuevo Testamento. Y el rechazo al concepto de excepcionalismo, a la condición de ser elegidos, es el principio subyacente del credo cristiano.
Por esta razón, aunque la judería organizada de Estados Unidos apoyó la guerra, condenó a Assad y pidió la intervención de Estados Unidos, la comunidad judía de Rusia, muy numerosa, rica e influyente, no apoyó a los rebeldes sirios y más bien estuvo del lado del esfuerzo de Putin para preservar la paz en Siria. Lo mismo en Irán, donde la rica comunidad judía apoyó al gobierno legítimo de Siria. Parece que los países guiados por una iglesia establecida fuerte son inmunes a la mala influencia de los lobbies, mientras que países que carecen de tal iglesia —los Estados Unidos y Francia— ceden ante esas influencias y adoptan como norma el intervencionismo ilegal.
Ahora, cuando declina la hegemonía estadounidense, miramos hacia un futuro incierto. El gigantesco poder de la fuerza armada estadounidense aún puede causar estragos; una bestia herida es la más peligrosa. Los estadounidenses pueden escuchar al senador Ron Paul, quien llamó a abandonar las bases de ultramar y recortar los gastos militares. Deben observarse las normas del Derecho Internacional y la soberanía de todos los Estados. De esta manera, los pueblos del mundo verán nuevamente con buenos ojos a los EE. UU., cuando este gran país deje de espiar y de intimidar. No es fácil, pero ya hemos pasado el Cabo y llegado a la Buena Esperanza.
Traducción por Con nuestro Perú de
Global Research, 26-10-2013
http://www.connuestroperu.com/