Antonio Martínez Ron
jueves, 27/01/11 - 06:15
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Este jueves 27 de enero se cumplen 60 años de la primera prueba nuclear sobre el desierto de Nevada. Cuatro décadas de ensayos y casi un millar de explosiones dejaron la zona salpicada de cráteres y estructuras destrozadas a las que muy pocos pueden acceder. Un equipo de arqueólogos del Departamento de Energía penetra periódicamente en la zona y trabaja entre las ruinas para catalogar lo que allí quedó.
Operario entre los restos dejados por una explosión nuclear. Operación Doorstep, 1953 -Foto: lainformacion.com
En algún lugar bajo el desierto de Nevada hay una familia de maniquíes sentados frente a un televisor. El búnker en el que los encerraron hace más de 50 años se encuentra bajo un escenario apocalíptico. Unos metros más arriba, Colleen Beck camina sobre los escombros que dejó una explosión nuclear y cataloga los restos que las pruebas atómicas dejaron tras de sí. Los maniquíes están en la lista de objetos que buscan, aunque aún no han dado con su paradero.
“La primera vez que caminé por este lugar”, comenta la doctora Beck desde Las Vegas a
lainformacion.com,“me resultó sobrecogedor darme cuenta de que las pruebas nucleares tuvieron lugar sobre el suelo que yo estaba pisando. Hay muchas estructuras reconocibles, los restos de un puente, refugios, edificios subterráneos… Ver los efectos de las detonaciones sobre estos lugares hace que comprendas mejor lo que aquí pasó”.
“La mayor parte del tiempo te sientes como un aventurero”, explica el arqueólogo William Gray Johnson, quien trabajó durante años en la zona junto a Beck, “pero algunas veces sentías un poco de miedo”. “A menudo”, recuerda, “debíamos llevar protección especial, al entrar en algunos refugios íbamos completamente cubiertos y con un respirador”, además del contador Geiger para medir los niveles de radiactividad.
Colleen Beck y Bill Johnson han formado parte del equipo de arqueólogos del Departamento de Energía que inspecciona periódicamente el
Nevada Test Site, el lugar que el ejército de EEUU eligió para realizar sus pruebas nucleares. Durante más de cuarenta años, los militares construyeron casas, granjas o refugios para comprobar los efectos de las bombas sobre distintas superficies y materiales. Las incursiones de los arqueólogos tienen como objetivo catalogar estos restos y protegerlos como parte del patrimonio histórico del país.
“El Departamento de Energía”, explica Beck, “se dio cuenta a tiempo de que estos restos nucleares estaban desapareciendo y de que, aunque reciente, era un suceso histórico relevante y era importante empezar a documentar el material”. Su última incursión fue a finales de diciembre de 2010, cuando inspeccionaron varios túneles usados para las explosiones subterráneas.
Bill Johnson y su equipo durante la exploración del búnker Fizeau
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Escenario de destrucción
Para comprender lo que sucedió en este escenario debemos echar la vista atrás. Entre 1951 y 1992, se realizaron aquí 928 pruebas nucleares que dejaron el terreno lleno de cráteres, convertido en una especie de paisaje lunar. Los vídeos de las pruebas muestran grandes nubes en forma de hongo y ráfagas de destrucción pulverizando maniquíes y haciendo añicos todo tipo de edificios. Pero, pese a lo que parece, las bombas nucleares no desintegraron todo a su paso.
“Un refugio con las paredes desgajadas, como si se hubiera derretido y vuelto a congelar, cúpulas de aluminio rajadas, un puente retorcido que no lleva a ninguna parte… Así es la arqueología de este campo de batalla de la guerra fría que fue el Nevada Test Site”, asegura Johnson. “Los proyectos arqueológicos”, relata, “incluyen docenas de investigaciones en áreas y estructuras, edificios y objetos que sobrevivieron a las pruebas”. En el último inventario realizado sobre el lecho de un lago seco conocido como
Frenchman Flat, Johnson y su equipo registraron 157 estructuras asociadas con pruebas atmosféricas, muchas más de las que esperaban encontrar.
“La cosa más horrible que vi allí”, recuerda Johnson, “fue el cráter Schooner. Aunque estaba bastante lejos de donde me encontraba, probablemente a varios kilómetros, parecía una herida en la tierra. Hay piedras del tamaño de una casa alrededor del cráter”.
El escenario que describe Colleen Beck no es muy diferente. A lo largo de todo el Nevada Test Site, explica, se pueden encontrar grandes bobinas de cable vacías, caballetes, cuerdas, cajas, clavos… y un montón de tuberías y cables que penetran en la tierra, hacia los túneles donde se practicaban las pruebas subterráneas.
“En ocasiones”, escribe Beck, “se construían estructuras gemelas a diferentes distancias, para comprobar los efectos de la explosión. Las cajas en las que guardaban a los animales para los experimentos aún se pueden encontrar aquí y allá. Las tropas participaron en las pruebas entre 1951 y 1957 y aunque no quedan restos de la artillería que usaron”, explica, “sí permanecen las trincheras o las marcas del lugar donde en su día pusieron un cañón”.
Poblados, artefactos y astronautas
Entre los restos hay un lugar llamado el “poblado japonés”, un conjunto de casas construidas para medir los efectos de la radiación sobre una población similar a la de Hiroshima y Nagasaki. El denominado proyecto BREN (Bare Reactor Experiment) incluía la construcción de
una torre de madera de 465 metros sobre la que se colocó un reactor nuclear. A unos 700 metros de aquella gigantesca estructura se dispusieron una serie de casas construidas con los mismos materiales y la misma disposición que las típicas casas japonesas y se introdujeron maniquíes y medidores de radiación.
“De las casas japonesas sólo quedan ahora dos esqueletos de madera”, nos cuenta Beck. “A simple vista, nadie diría que fue un experimento para medir las dosis de radiación que recibieron las víctimas de las bombas. Sería estupendo encontrar los maniquíes que se usaron para este experimento, pero hasta el momento sólo tenemos fotografías”.
El afán por realizar pruebas cada vez más realistas llevó a extremos como el de la
operación Cue, en mayo de 1955, para la que se construyeron cinco tipos de casas, varias torres de radio y depósitos de combustible, se colocaron caravanas y camiones, y se dispusieron filas de maniquíes para comprobar los efectos de la onda expansiva y las radiaciones de una bomba de 29 kilotones. El oficial Ernie Williams, que ahora tiene 80 años, recuerda
en Las Vegas RJ que encontraron algunos maniquíes a casi un kilómetro de la zona cero y que el calor había trasferido los dibujos del vestido a su ropa interior.
"Los restos de aquel lugar", explica la arqueóloga Colleen Beck, "se conocen ahora como Survival town (el pueblo de la supervivencia)". Hoy día se conservan dos casas de dos plantas, una de ladrillo y otra de madera, que se ven a una distancia de kilómetros. Hay otros quince edificios dispersos por la zona, sin puertas ni ventanas como consecuencia de la explosión.
No muy lejos de allí se encuentra uno de los objetos más especiales que podemos hallar en medio de tanta devastación. Se trata de una enorme estructura metálica y cilíndrica que aún puede verse en la llanura del
Yucca Flat. "Es tan rara", dice Beck, "que no se parece a ninguna otra cosa, así que es difícil de describir”. En un experimento llamado
Huron King, esta especie de locomotora se colocó sobre una de las detonaciones y en su interior se simularon las condiciones del espacio y se investigó cómo funcionarían las comunicaciones por satélite en un entorno nuclear. Los arqueólogos
la han examinado, pero no se puede acceder a su interior.
Antena de radio de Fizeau antes y después de una detonación nuclear
Descenso al túnel de Fizeau
Aunque las más espectaculares eran las pruebas atmosféricas, la mayor parte se hicieron bajo tierra. “En Rainier Mesa, al norte del Nevada Test Site”, explica Beck, “se construyeron unos 390 túneles horizontales entre 1951 y 1992 y se llevaron a cabo 67 pruebas nucleares. Los túneles se construían con la anchura suficiente para que pudieran circular por ellos personas y equipamiento. También hay centenares de túneles verticales en los que se hicieron unas 600 pruebas”.
En 1992, meses antes de que se decretara el fin de las pruebas, la doctora Beck tuvo la oportunidad de entrar en uno de estos túneles en las horas anteriores a una detonación. “Había un montón de gente trabajando allí”, describe, “me dieron un curso de seguridad y unas botas y un casco especial. Entramos por un pequeño tren dentro del túnel, era curioso ver a los mineros cavar pero no para encontrar oro, sino para dejar sitio a una bomba nuclear”.
El resultado de tantos años de pruebas es un pequeño laberinto de túneles bajo el desierto, un entramado de conducciones y refugios que aún esconde muchos de los equipos que se emplearon para las mediciones y que no han vuelto a ver la luz desde entonces.
Como en una película de Indiana Jones, en el año 2001 Johnson y su equipo descendieron hasta el búnker de Fizeau, situado bajo una antigua torre de radio en la que los militares detonaron una bomba de 11 kilotones en septiembre de 1957. Llevaban equipos de respiración y trajes protectores, y comprobaron que, aunque la explosión había dañado el refugio en buena medida, al menos tres equipos de medición estaban intactos, con los datos registrados 40 años atrás.
Un legado para el futuro
Como en los aparatos de medición, el reloj sigue detenido bajo las arenas de este particular desierto. Atrás quedaron los tiempos en que las explosiones sacudían los escaparates de Las Vegas y los hongos nucleares asomaban de cuando en cuando en el horizonte. La sordidez de la guerra fría ha dado paso a tiempos más relajados y los recuerdos del Nevada Test Site se han convertido en algo casi pintoresco. Algunos de los objetos que Bill y Colleen recopilan costosamente entre las ruinas son expuestos ahora en el museo atómico de la ciudad, y los turistas pueden acceder a algunas zonas restringidas, como el Survival Town y sus alrededores.
Aún así, ambos tienen claro que su labor como arqueólogos “nucleares” servirá para conservar un patrimonio muy valioso. “Lo más importante”, opina Bill Johnson, “es que las futuras generaciones podrán ver elincreíble poder destructivo de las bombas nucleares. La gente puede ver la destrucción en películas, pero ver su efecto real sobre edificios, estructuras y paisajes es mucho más impactante”.
Para Beck, en cambio, las futuras generaciones “se sorprenderán de lo que los científicos fueron capaces de hacer con una tecnología que ellos considerarán antigua”. “Me encantaría estar ahí para ver qué dicen”, asegura, “y me imagino que aún estarán debatiendo los pros y los contras de las armas nucleares”.
Bill Johnson se retiró hace tres años y se dedica a tareas administrativas. Colleen Beck sigue en activo y planea nuevas incursiones en la zona.
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