© Proporcionado por El Confidencial El portaaviones clase Nimitz USS John Stennis
Un portaaviones de la clase Nimitz o de la inminente clase Gerald Ford es un enemigo formidable si te ves obligado a combatirlo. Se trata de una base aérea de 330 metros de largo capaz de moverse a 30 nudos con entre 60 y 90 aviones de combate (más que la mayoría de las fuerzas aéreas del mundo) que puede lanzar 120 misiones diarias (más de 240 en condiciones de combate) a distancias de hasta 700 kilómetros (más con el uso de los sistemas de reabastecimiento en vuelo de los Super Hornet) y está protegida por una escolta que incluye un par de cruceros y otro par de destructores Aegis y uno o dos submarinos nucleares de ataque. Por eso un Grupo de Combate de Portaaviones estadounidense se puede considerar como la máxima expresión del poder naval actual. O como una gigantesca diana para todas las armas de cualquier enemigo en forma del mayor y más caro buque de combate de la historia, según sus críticos.
Para el Presidente de los EEUU es el equivalente de las legiones romanas de antaño: una herramienta móvil de proyección de poder con alcance mundial. Para cualquier aspirante a rival de los Estados Unidos es el objetivo primordial, el punto clave de cualquier posible enfrentamiento: elimina la amenaza de los portaaviones y eliminarás el poderío mundial estadounidense.
Por eso la extinta Unión Soviética pasó media Guerra Fría desarrollando sistemas completos de armas diseñados específicamente para acabar con ellos, desde los bombarderos Tu-22M Backfire a los cruceros clase Kirov, los submarinos clase Oscar o los misiles P-700 Granit.
Y por eso es significativo que en el desfile para conmemorar el 70 aniversario de la victoria en la Segunda Guerra Mundial China presentara en público no uno, sino dos misiles específicamente diseñados para eliminar portaaviones: los Dong Feng-21D y Dong Feng-26. Unas armas que pueden revolucionar la situación geoestratégica en el Sur de Asia y el Pacífico, permitiendo a China controlar el Mar de China Meridional o recuperar Taiwán por la fuerza... si es que funcionan como se supone que deben.
Sobre el papel, los DF-21 y 26 son más que capaces de cumplir su cometido. Derivados en origen de un misil balístico de lanzamiento desde submarinos, se trata de cohetes de dos etapas de combustible sólido montados sobre plataformas móviles. Esto significa que son estables y duraderos, y que pueden dispararse con muy poco tiempo de preparación; el hecho de que van montados en un TEL (transporter-erector-launcher, transportador-elevador-lanzador) con capacidad todoterreno implica que se pueden dispersar en momentos de crisis, aunque el sistema de lanzamiento duro precisa plataformas preparadas para el disparo.
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En términos militares se trata de armas móviles, muy difíciles de localizar y atacar preventivamente y con gran flexibilidad. Su alcance (1.000 a 2.000 kilómetros el DF-21D, 3.000 a 4.000 kilómetros el DF-26) supondría que cualquier grupo de portaaviones estadounidense en el Mar de China Meridional, cerca de Taiwán e incluso más allá de Japón, estaría en el punto de mira.
Las cabezas de combate de ambos misiles son diferentes, lo que tiene mucho que ver con su letalidad. El DF-21D transporta una cabeza explosiva de hasta 600 kilos de peso, probablemente maniobrable en la fase final (MARV, maneuvrable reentry vehicle) para evitar las defensas antimisiles balísticos. La carga útil permitiría el transporte de explosivos convencionales o de una cabeza nuclear de 250 o 500 kilotones, algo poco probable por otras razones como veremos después. A pesar de su velocidad terminal de más de 5 Mach no está claro que un único impacto tenga la capacidad de hundir un portaaviones, buques resistentes donde los haya, pero podría conseguir la llamada mission kill (muerte operativa): dejar tan averiado al barco como para impedir su uso y forzar su retirada.
El DF-26, en cambio es diferente: montando sobre un TEL mayor (6 ejes en lugar de 5), con mayor alcance (es apodado el Guam Express porque podría alcanzar la llamada Segunda Cadena de Islas del Pacífico), se cree que su carga bélica es un vehículo que el Pentágono llama WU-14. Se trata de una ojiva de reentrada que planea en la estratosfera a una velocidad de hasta 10 Mach y es capaz de ejecutar bruscas maniobras, lo que aumenta el rango efectivo, lo hace menos vulnerable a misiles interceptores y además da más tiempo a los sistemas de localización para encontrar su blanco.
Los Estados Unidos no pensaban tener que enfrentarse a este tipo de tecnología hasta dentro de décadas, pero el WU-14 ya ha sido probado varias veces con éxito. Parece que la cada vez más agresiva postura china en el Mar de la China Meridional tiene el respaldo militar de un sistema antiportaaviones efectivo, capaz de negar al enemigo la entrada en determinadas áreas en una estrategia A2/AD, Anti Access/Area Denial. Si todo funciona como debe, cosa que no está clara.
Cadena de ataque y el miedo a una guerra nuclear
El concepto mismo de un ASBM (Anti Ship Balistic Missile, misil balístico antibuque) tiene tres graves niveles de vulnerabilidad sobre los que trabajan los militares estadounidenses. La primera y más seria está relacionada con lo que los profesionales denominan Cadena de Ataque (Kill Chain), que es el ciclo completo de información necesario para ejecutar el ataque. En el modelo clásico hay cuatro fases y las dos primeras son la identificación del enemigo y el envío de las fuerzas propias; ambas muy complicadas en el caso de un ASBM. Aunque un portaaviones sea un barco enorme, encontrarlo en la inmensidad del océano no es una tarea sencilla, y mucho menos cuando está en movimiento y a miles de kilómetros de las costas propias.
En el caso de los Dong Feng la Cadena de Ataque incluye un radar tipo OTH (Over The Horizon, sobre el horizonte) que emplea el reflejo de las ondas de radio en la ionosfera para localizar blancos más allá de lo que permite la línea recta; China dispone de varios (al menos tres) de estos sistemas, capaces en principio de proporcionar alerta temprana y localización a miles de kilómetros.
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Su precisión, sin embargo, no basta, por lo que deben entrar en acción otros elementos como satélites de vigilancia marítima. En la última década China ha lanzado varios que, en Occidente se interpreta, cumplen esta función como los satélites Yaogan VII (electroóptico, diciembre 2009), Yaogan VIII (radar de apertura sintética, diciembre 2009) y los sistemas de vigilancia oceánica Yaogan IX (3 satélites en formación, marzo 2010) y Yaogan XVI (noviembre 2012). El refinado final de la solución de disparo lo harían aviones sin piloto como el enorme Águila Divina. Las cabezas de combate de los misiles están equipadas con sistemas capaces de localizar y escoger por sí mismas sus blancos en el tramo final del ataque.
Pero todos estos elementos son susceptibles de ser atacados por medios físicos o electrónicos. Los radares OTH son fijos y tienen enormes antenas, por lo que pueden ser bombardeados; también se pueden interferir. Igual ocurre con los satélites, que además pueden ser atacados por armas antisatélite. Los drones y sus sistemas son vulnerables a ciberataques y a guerra electrónica, como lo son las comunicaciones que unen todo el sistema y permiten el flujo de información. Y los sensores de las cabezas de combate pueden ser engañados en el muy escaso tiempo de su zambullida final. En términos militares la Cadena de Ataque de los ASBM es muy vulnerable, sobre todo a un tipo de ataque en el que EEUU es un experto: la guerra electrónica.
Para colmo los militares estadounidenses no se han quedado cruzados de brazos y llevan años preparándose para enfrentarse a un ASBM. Para ello se dotó al sistema de combate Aegis que llevan sus cruceros y destructores de un nuevo modo y un nuevo interceptor que le proporcionan capacidades contra los misiles balísticos: el RIM161-Standard 3.
El Standard 3 es capaz de interceptar misiles balísticos u ojivas en su fase exoatmosférica, y forma parte del proyectado Escudo Antimisiles europeo. Pero su función primordial es equipar a los barcos de la armada EEUU, especialmente en el Pacífico, para proteger a los grupos de portaaviones. Además los buques de la US Navy cuentan con sistemas de guerra electrónica, de defensa de punto e incluso con defensas pasivas como la denominada Pandarra Fog (niebla Pandarra), una nube de fibras de carbono tratadas para dificultar la adquisición de blancos al estilo del chaff de aluminio usado con los radares antiguos.
En última instancia nadie sabe lo que podría pasar si China decidiese lanzar un ataque con sus ASBMs contra un Grupo de Portaaviones estadounidense. Aunque los misiles, tanto los Dong Feng como los Standard, han sido probados, algunas veces han fallado en sus cometidos: ningún sistema de armas funciona al 100%. Los chinos podrían intentar saturar las defensas de los estadounidenses con salvas masivas, o incluso con ataques conjuntos con otras armas como submarinos y misiles de crucero antibuque. Las contramedidas de los EEUU podrían echar a perder la Cadena de Ataque china o incluso podrían atacar los radares OTH, los centros de mando y control o los satélites. No hay ninguna certidumbre, pero sí un gran riesgo.
El mayor peligro está en poner en marcha un intercambio nuclear entre ambas potencias: una vez disparado un ASBM no hay forma de distinguir si va armado con explosivos o con un arma atómica hasta que no llega a su destino. Y si la tentación de usar estas armas en el mar puede ser elevada (su radio de acción efectivo simplifica y mucho la localización del blanco), es muy dudoso que un ataque nuclear contra una formación estadounidense con la pérdida de miles de marinos no diese lugar a represalias. La mera posibilidad bastaría para hacer del envite una jugada muy arriesgada, con millones de vidas en la balanza. Por otro lado el mismo cálculo podría impulsar a los EEUU a dejar fuera de las zonas críticas sus mejores activos militares, lo que tiene consecuencias políticas en lugares como Taiwán o el Mar de China Meridional. Ojalá que no tengamos la ocasión de averiguar cuál es el resultado.
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