Luis Enrique Herranz, investigador de Seguridad Nuclear del Centro Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (CIEMAT), pide despolitizar la energía nuclear
La planta nuclear de la Isla de las Tres Millas, en EEUU. (Reuters)
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La planta nuclear más famosa del mundo no existe. Está ubicada en el número 100 de la Vía Industrial de Springfield. Desde hace tres décadas, surte de electricidad a los 50.720 habitantes del pueblo televisivo más icónico de Estados Unidos pese a sus problemas de seguridad: ratas luminiscentes correteando por las cloacas, escandalosas fugas de residuos radiactivos remendadas con chicle y Homer Simpson a los mandos.
Las coincidencias con la segunda central nuclear más famosa del mundo van más allá de la alarmante falta de mantenimiento, la incompetencia de sus cuadros o la falta de escrúpulos de sus dueños. Tanto Springfield como Chernobyl perpetúan el aura de catástrofe permanente, convirtiendo la energía atómica en un tabú que políticos y ciudadanos se niegan a revisar.
“Los sucesos como Chernobyl o Fukushima han sido terribles para la imagen pública de la energía nuclear, especialmente porque están ligados a un desconocimiento general sobre el tema y por la ausencia de información rigurosa”, explica Luis Enrique Herranz, jefe de seguridad nuclear del Centro Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (CIEMAT), en una entrevista con El Confidencial.
Herranz entró en la investigación en seguridad nuclear cinco meses después de los sucesos en Chernobyl. Desde entonces ha escrito más de un centenar de artículos sobre el tema y cada año imparte una clase sobre el accidente en un master internacional. En 2006, viajó por primera vez a la zona. Pudo ver la planta de cerca y pasear con su dosímetro en el área donde apilaron los camiones y herramientas de la emergencia emitiendo todavía una radiactividad sustancial. Le impresionó el silencio estático de la ciudad de Pripyat, con sus carteles de “se vende” en los balcones para unos compradores que ya nunca llegarán. “Ese silencio fue lo más sobrecogedor de esa visita”, recuerda.
Una catástrofe en perspectiva
Herranz todavía no ha visto la aclamada recreación de HBO del fatídico accidente nuclear ocurrido en abril 1986 en la Unión Soviética (hoy Ucrania). Pero, después de 30 años de investigación, la docencia y la divulgación, no necesita ninguna serie para entender la magnitud del desastre. Ni sus causas. Y mucho menos sus consecuencias. Tanto la tragedia humana, como sus efectos en el imaginario colectivo.
Aquí se maneja con precisión. El poder de la energía nuclear se traslada a todo lo que toca, titulares incluidos. Algo que no ha pasado desapercibido a los medios en la era de las noticias espectáculo. “La urgencia impide en muchos casos dar información rigurosa. Y en otros casos se trata de hacer noticia donde no existe”, explica el experto, habitual en televisiones y periódicos cuando se necesita alguien versado en el tema.
Por eso insiste en que no busca minimizar el impacto, las víctimas o los daños. “El accidente fue una catástrofe, pero deberíamos ponerlo en perspectiva en todos sus aspectos para no estigmatizar la energía nuclear ‘per se’”, pide Herranz.
Las cifras todavía son objeto de debate, pero según los datos oficiales, el peor siniestro de la historia de la industria nuclear causó menos muertes que otras industrias que pasan desapercibidas en la conciencia pública en términos de riesgo. El segundo accidente más dramático, en la central nuclear de Fukushima en 2011, dejó cero muertes directas por radiación. La energía nuclear comparte con la aviación esa paradoja de ser estadísticamente segura, pero mediáticamente escandalosa. Quizás porque cuando los medios preguntamos cosas como “¿podría suceder otro Chernobyl?”, la respuesta suele ser técnica y poco sugerente.
“La URSS tenían dos diseños de central nuclear comercial: el VVER, que funcionaba -y funciona- muy bien. Y el RBMK, el de Chernobyl, cuyo diseño ya era conceptualmente defectuoso. Es una tecnología soviética y no se construyó ninguno de estos reactores más allá del telón de acero porque no habría cumplido los requisito exigidos por las autoridades reguladores de Seguridad Nuclear” -y sigue- “El accidente aporta poco a la hora de aprender de errores (técnicos) cometidos porque es un diseño completamente soviético, utilizado fuera de su régimen de operación con la intención de hacer ‘experimentos’ con una central de miles de megavatios de potencia. Una barbaridad”.
Fuera de agenda
Un experimento. Este punto es clave para comprender las posiciones enfrentadas respecto a la energía nuclear. La tragedia de Chernobyl no es solo un colosal error técnico y una sucesión de errores e improvisación. Es tambiénla historia universal de cómo el poder miente, encubre y manipula para protegerse. ¿Qué hacer con los gobiernos opacos y los empresarios inescrupulosos?
“Las dictaduras no acatan nada. Pero aún así, las condiciones de seguridad y cooperación internacional son ahora infinitamente diferentes”, agrega. ¿Y las armas? “Son dos procesos muy distintos. De hecho, del pequeño grupo de países que poseen artefactos nucleares, algunos ni siquiera producen energía nuclear. Y muchos países con energía nuclear no tienen (armas nucleares)”.
El otro aspecto reflejado en el relato de Chernobyl que resuena globalmente es la frustración de ver cómo los burócratas ignoran a los que realmente saben qué está pasando. Contemplar impotente el alto precio por ignorar la verdad. Sucede con el cambio climático, pese al amplio consenso en comunidad científica. Pero, ¿y cuándo no hay unanimidad?
El movimiento antinuclear presenta su versión de que la energía nuclear no es segura, ni rentable, ni sostenible. Los que abogan por utilizar esta tecnología para diversificar, como Herranz, presentan la suya: “La única energía capaz de generar cantidades masivas de electricidad sin emisiones de gases efecto invernadero, es la nuclear. Y esto es un hecho. Si la energía nuclear fuera explicada de forma técnicamente rigurosa y aséptica, sin sesgos ideológicos, seguramente la respuesta de la gente sería diferente”.
Porque lo que sorprende a Herranz no es que la energía nuclear sea objeto de debate, sino que ni siquiera esté en agenda. ¿Cómo desapareció?
Energía geopolítica
En enero de 1986, el transbordador espacial Challenger se desintegró en el aire un minuto y 13 segundos después de despegar en las costas de Florida. Sus siete tripulantes murieron. A la tragedia humana se les sumó un sentimiento de vergüenza nacional. En plena Guerra Fría, ese penacho en llamas fue una derrota geopolítica y moral para Estados Unidos. Tres meses después fallaba el reactor 4 de Chernobyl.
“Hay determinados productos de esta sociedad que son emblemáticos. Eso sucedió con lo nuclear. No solo hablamos de músculo bélico”, reflexiona el investigador. Desde entonces, el aspecto político de la energía atómica ha opacado durante años la discusión técnica. Para Herranz, esto debería ser distinto en una sociedad moderna.
“Aquí hay un error de base. La estructura energética de un país debería ser una cuestión tecnológica y por algún motivo ha pasado a ser una cuestión ideológica, particularmente en nuestro país”, apunta. “Deberíamos aprender a despolitizar muchos aspectos de nuestra vida, particularmente los tecnológicos. La solución no es sembrar centrales como setas. Lo inteligente es la diversificación”.
La nube radiactiva de Chernobyl grabó en la memoria de una generación los riesgos de la energía nuclear en un momento de psicosis global por la proliferación atómica de soviéticos y estadounidenses. Pero han pasado más de 30 años y Herranz considera que hay que actualizar la discusión.
“Yo no recibo ni un euro de la industria nuclear. No me pagan por hacer publicidad. Pero creo que hace falta libertad. Libertad de pensamiento. No tener prejuicios nos permitiría tomar decisiones más sabias”.
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