martes, 28 de marzo de 2017

Siria amenaza con disparar misiles Scud contra Israel

ISIS se retira a medida que el Ejército sirio libera dos aldeas en la carretera Aleppo-Raqqa



By Alvaro A. - 28/03/20170





BEIRUT, EL LÍBANO. – Después de la captura de Rasm al-Khamis y al-Gharbi a primeras horas de hoy, el Ejército Árabe Sirio (EAS) empujó más hacia el este y posteriormente expulsó a los militantes de ISIS de otra aldea adyacente a la autopista M4.

Moviéndose cada vez más cerca de la Base Aérea de Jirah, las fuerzas de la élite del Tigre del EAS lograron tomar el control sobre el pueblo vecino de Rasm al-Khamis Ash-Sharqi momentos atrás.
Resultado de imagen de Base Aérea de Jirah,

A pesar de que los insurgentes de ISIS plantaron minas a lo largo de toda su línea de retiro, los enfrentamientos continúan en curso cerca de la aldea imperativa de Mahdum, mientras que las fuerzas gubernamentales intentan entrar en los llanos de Maskanah en el camino a la provincia de Raqqa.


Mientras tanto, las fuerzas kurdas avanzan en la presa de Tabqa y trabajan para rodear la ciudad de Tabqa. Esta última ofensiva ha acelerado la retirada gradual del Estado Islámico de la gobernación de Alepo, a pesar de que la mayor parte de las Fuerzas Tigres partieron hacia la provincia de Hama.

https://www.almasdarnews.com

Castle Bravo: así fue el olvidado "tercer ataque nuclear" contra Japón


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Si pensamos en la devastación de la bomba atómica, Hiroshima y Nagasaki nos vienen inmediatamente a la cabeza, pero no son los únicos escenarios donde esta tecnología perversa produjo víctimas humanas. La detonación de Little Boy y Fat Man, de uranio la primera y de plutonio la segunda, causó en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial alrededor 325.000 muertes, aunque nunca habrá consenso sobre las cifras. Sus isótopos radiactivos causaron varias decenas de miles más en los años siguientes. Cada año se recuerdan esos días de agosto, y la memoria de la devastación vuelve a ocupar los periódicos de todo el mundo. Pero en los años siguientes, durante la carrera armamentística de la Guerra Fría, otras bombas menos conocidas y más poderosas harían su aparición, y también dejarían víctimas.



Entre 1945 y 1968, momento en que se acordó suprimir los test nucleares al aire libre, se probaron cientos de dispositivos nucleares en la superficie, la atmósfera y el océano. Los gobiernos de Estados Unidos y de la URSS elegían lugares despoblados, desde zonas remotas de Siberia a los atolones del Pacífico Sur. La propaganda de las súper-potencias aseguraba que estas pruebas cumplían todos los requisitos de seguridad, pero esto era totalmente falso.
El dragón afortunado

En 1954, los pescadores del barco japonés Daigo Fukuryū Maru (Dragón afortunado) se llevaron una sorpresa tremenda cuando faenaban en busca de atunes en las aguas del Pacífico Sur. Sobre las siete de la mañana vieron un resplandor blanco por el oeste, como un segundo sol, y ocho minutos después oyeron el bramido de una inmensa detonación. Más tarde aparecieron nubes que se dirigían hacia ellos a toda velocidad, y pese a que era un día caluroso empezó a caerles encima algo que parecía nieve. Eran lascas diminutas de una sustancia blanca. Los pescadores la recogían de la cubierta con sus propias manos, se la sacudían de los hombros y de la cabeza, no habían visto nada igual en toda su vida. Ignoraban que se trataba del coral pulverizado que había lanzado a la atmósfera la detonación de una bomba termonuclear norteamericana durante las pruebas Castle Bravo a muchas millas de distancia. Les estaba cayendo encima un atolón desintegrado. Era una sustancia altamente radiactiva.

Las pruebas de Castle Bravo experimentaron el poder de la bomba de hidrógeno, un aparato muy diferente a la bomba atómica, que tenía base teórica pero parecía imposible de realizar. Richard Garwin, estudiante de Enrico Fermi, diseñó el primer prototipo, un artefacto que en nada se parecía a una bomba. Era un edificio gigantesco, un complejo laboratorio donde los tubos enormes rodeaban con flujos de hidrógeno el núcleo de explosión nuclear. El calor liberado por la fisión del uranio, similar al de la bomba de Hiroshima, lograría la fusión del hidrógeno circundante en una reacción termonuclear muy parecida a la del sol. Es decir: era una bomba cubriendo otra bomba. Se denominó a la técnica fisión-fusión.
Aspecto de la bomba Ivy Mike.

La detonación del edificio-bomba se programó a finales de octubre de 1952 y borró del mapa la isla de Elugelab del atolón Enewetak, dejando en su lugar un cráter de 2 kilómetros de diámetro que fue engullido por el mar. Se había bautizado el aparato como Ivy Mike, y su único cometido era demostrar si se podría conseguir esta reacción. Tras el éxito del experimento (el hongo atómico alcanzó la estratosfera), los ingenieros trabajaron para lograr un prototipo que los aviones bombarderos pudieran llevar hasta Moscú en la estrategia de disuasión. Dos años después se consiguió la proeza técnica, pero cometieron un error gravísimo: el primer artefacto, bautizado como “El Camarón”, triplicó la potencia que habían calculado los científicos y alcanzó los 15 megatones.
Resultado de imagen de Elugelab
¿Cuáles fueron los efectos de este error? 
De entrada, “El Camarón” sería la mayor explosión atómica al aire libre provocada por los Estados Unidos en toda la historia de la carrera armamentística, sólo superada por la bomba de hidrógeno soviética Zar, cuya historia, de terribles consecuencias para la paz mundial, quizás merezca otro artículo más adelante. Pero además, el radio de los efectos contaminantes del test nuclear excedió en mucho el perímetro de seguridad calculado por los científicos.
Resultado de imagen de Ivy Mike,


 Como consecuencia, varias islas del atolón de Bikini quedaron expuestas a la contaminación. El ejército había evacuado a los nativos de algunas islas, pero el viento arrastró los residuos radiactivos hasta los nuevos emplazamientos, y siguió esparciéndolos a lo largo de la atmósfera y del mar mucho más allá del círculo de aguas seguras ideado en las sesiones teóricas.


Resultado de imagen de Elugelab




La explosión del “Camarón” tuvo lugar el 1 de marzo de 1954 (en el vídeo se puede ver alrededor del minuto 2:55). Horas después, la lluvia de coral radiactivo alcanzaba al barco japonés Dragón Afortunado, con veintitrés pescadores a bordo y una carga de atún que quedaría tan contaminada como ellos. Alarmados, los marinos pusieron rumbo en sentido contrario al resplandor que habían visto, pero la velocidad del barco no era suficiente y pasaron varias horas navegando por aguas muy contaminadas, bajo la nevada constante de ceniza venenosa. Lavaron con agua sus ropas, la cubierta y el pescado de las bodegas, una medida insuficiente. Empezaron a enfermar de inmediato. Varios estaban en estado grave cuando el Dragón Afortunado arribó a puerto en Japón, el 14 de marzo. Muchos habían perdido el cabello, sufrían náuseas, sangrado de encías y otros síntomas bien conocidos para los médicos japoneses.
El Dragón Afortunado, en una imagen que data de 1954.

Pero Japón no recibió el aviso del gobierno norteamericano, que según parece ignoraba el episodio. Cuando los médicos japoneses examinaron a los tripulantes del Dragón Afortunado, su carga de atún radiactivo ya se había distribuido. La noticia conmocionó a los mercados, que dejaron de comprar atún a Japón, de modo que su economía de posguerra sufrió un revés importantísimo. Uno de los pescadores, Kuboyama Aikichi, moría el 14 de septiembre. Buena parte de la sociedad nipona interpretó su muerte como un acto de guerra.

Aquello fue el comienzo de un movimiento anti-nuclear en Japón que lograría que las pruebas atómicas estadounidenses contemplasen posibles imprevistos como el de Castle Bravo. El gobierno norteamericano indemnizó a los 22 marineros supervivientes, muchos de los cuales morirían en los años siguientes, pero blindó el acuerdo para que Japón no pudiera exigir futuras indemnizaciones, ocurriera lo que ocurriera.

Hoy el barco, ya descontaminado, está expuesto en un museo en Tokio. Un cartel reza: "el tercer ataque nuclear contra Japón, tras Hiroshima y Nagasaki".


http://www.elconfidencial.com/tecnologia/2016-12-09/bomba-atomica-segunda-guerra-mundial-otras-victimas_1301442/

Una nueva pieza en los misiles de EEUU nos acerca (aún más) a la guerra nuclear


En el ámbito de la guerra, un avance tecnológico puede suponer más que una ventaja: puede ser una revolución y cambiar para siempre el equilibrio estratégico

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En el ámbito de la guerra, un avance tecnológico puede suponer más que una ventaja: puede ser una revolución y cambiar para siempre el equilibrio estratégico entre dos adversarios. Un aro de metal colgado de una correa de cuero transforma la caballería en el arma más letal durante un milenio; un proyectil de cañón relleno de explosivos hace obsoletos a los buques de guerra de madera de un día para otro; una bala de plomo con una concavidad en la base transforma el mosquete en un rifle y aumenta su alcance un 50%, imponiendo un nuevo uso táctico de la infantería; tres ataques aéreos con éxito convierten al acorazado en poco más que apoyo artillero flotante.




En estos casos, un cambio relativamente menor multiplica la letalidad de un arma y hace posibles usos tácticos e incluso estratégicos nunca imaginados. El bando que realiza el avance obtiene una ventaja. Pero si esa ventaja es demasiado grande, el equilibrio se puede romper: el bando perjudicado puede decidir atacar antes de que el nuevo sistema esté operativo.

El potencial desestabilizador se multiplica cuando hablamos de estrategia nuclear, un campo en el que abundan las situaciones paradójicas debido a sus catastróficas consecuencias. Eso es justo lo que está ocurriendo con una simple mejora técnica en las espoletas de un modelo de cabeza nuclear estadounidense: ha hecho el mundo un poco más inestable y la guerra atómica un poco más probable.
La clave: misiles lanzados desde submarinos

Cada componente de la llamada Tríada Nuclear, base de la estrategia atómica, tiene características y cometidos diferentes. Los bombarderos tripulados son lentos y vulnerables, pero tienen a cambio la ventaja de que un ataque en marcha puede ser cancelado; además, pueden llegar desde cualquier dirección y cambiar su base. Los misiles balísticos intercontinentales con base en tierra tienen una enorme potencia, llegan en minutos a su blanco y son difíciles de interceptar, pero a cambio están en posiciones fijas conocidas por el enemigo, por lo que son vulnerables a un ataque de decapitación; por ello se instalan en silos acorazados.
El submarino nuclear 'USS Tennessee' de la Marina de EEUU. (Reuters)

Por fin los misiles balísticos lanzados desde submarinos (SLBM) tienen una función vital: son el arma de venganza definitiva. Su movilidad hace que sus proyectiles puedan llegar en pocos minutos a su blanco dependiendo de su zona de patrulla, pero su característica básica es que al estar escondidos en las profundidades del océano no pueden ser atacados preventivamente, lo que garantiza que un posible primer atacante recibirá una represalia letal.

Otra característica intrínseca de los misiles lanzados desde submarinos es que al despegar desde un objeto en movimiento son menos precisos que los que salen desde silos fijos, y sus cabezas nucleares son menos poderosas. Por este motivo se ha considerado hasta ahora que los SLBM no eran aptos para lanzar un primer ataque de decapitación contra las bases de misiles terrestres de un adversario, ya que, aunque su tiempo de vuelo reducido disminuye el tiempo de reacción del atacado, la menor precisión y potencia implica que cada uno de los silos debe ser blanco de varias cabezas nucleares para garantizar su destrucción. En la guerra nuclear ‘casi’ no es una opción: un único misil que sobreviva dentro de su silo puede arrasar decenas de ciudades y matar a decenas o centenares de millones de personas.

En el caso de los misiles estadounidenses Trident II, que equipan a los submarinos de la clase Ohio y también a los buques británicos de la clase Vanguard, las cabezas termonucleares son del tipo W-76 y van dentro de un vehículo de reentrada Mk-4; su potencia nominal es de 100 kilotones (casi siete veces la bomba de Hiroshima). La armada EEUU cuenta también con cabezas nucleares W-88 de 475 kilotones en vehículos de reentrada Mk-5 con iguales limitaciones de número en los misiles Trident II.

El problema: con la potencia de las W-76, había que asignar al menos tres misiles por silo para asegurar la destrucción

Cada submarino de la clase Ohio lleva 24 de estos misiles, cada uno de los cuales puede transportar hasta 14 vehículos de reentrada Mk-4 con capacidad de maniobra independiente (MIRV), pero para cumplir con las limitaciones de los tratados de limitación de armas nucleares solo se despliegan un máximo de ocho por misil. Entre 1978 y 1987, se fabricaron alrededor de 3.400 cabezas W-76, de las cuales siguen en servicio 3.030 en la marina estadounidense. La Royal Navy británica hasta hace poco usaba sus propias cabezas nucleares montadas en misiles Trident, pero las ha reemplazado por el último modelo Mk-76.

Con los actuales ritmos de patrulla, se estima que en cada momento hay desplegados entre cinco y seis submarinos, mientras que entre ocho y nueve están en puerto; esto sitúa la fuerza de disuasión estadounidense en entre 120 y 144 misiles que pueden lanzar entre 960 y 1152 cabezas nucleares W-76 de 100 kilotones. Por su parte, Reino Unido mantiene un submarino Vanguard siempre en patrulla armado con 16 misiles que llevan 12 cabezas cada uno, lo que supone una fuerza de represalia de 192 armas nucleares. Se trata de fuerzas de disuasión más que suficientes como para garantizar el completo arrasamiento de cualquier país que se atreviese a lanzar un ataque nuclear contra EEUU o Reino Unido.
Corea del Norte probó recientemente a lanzar un misil desde un submarino. (Reuters)

Para lo que no se consideraban suficientes, sin embargo, era para lanzar un primer ataque denominado ‘contra fuerzas’, es decir, un lanzamiento contra los silos de un adversario capaz de destruir su arsenal de misiles antes de que estos despeguen. Solo las espoletas W-88 son lo bastante potentes como para destruir ‘blancos endurecidos’ como misiles protegidos en silos: un único lanzamiento basta para garantizar su destrucción. Las cabezas W-76, en cambio, solo podían usarse para destruir blancos ‘duros’ lanzando varios misiles por silo. El problema: con la potencia de las W-76 y la incertidumbre en el lanzamiento, para estar completamente seguro de la destrucción había que asignar al menos tres misiles por silo. Según estos cálculos, la fuerza submarina estadounidense no tenía capacidad para lanzar un primer ataque. Todo esto, sin embargo, ha cambiado de un plumazo con las nuevas cabezas W-76 mejoradas.
Así funcionan las nuevas 'superespoletas'

Diseñadas durante los años setenta y construidas en su mayoría durante los ochenta, estas armas fueron polémicas ya desde el principio, y han envejecido. Según algunos críticos, el diseño original era deficiente en algunos aspectos, lo que podía hacer que la explosión fuese defectuosa y no alcanzara la potencia de diseño. Además, los componentes electrónicos y físicos sufren deterioro con los años y el uso, por lo que deben ser reemplazados.

A principios de siglo comenzó un programa de aumento de la vida útil de las W-76 con el objetivo de extender su utilidad hasta la década de 2040. Tras una etapa de diseño y validación, los trabajos comenzaron en 2007 y se han extendido hasta ahora: se cree que todas las que ahora están desplegadas ya pertenecen al nuevo estándar mejorado W-76-1, que va asociado al nuevo vehículo de reentrada Mk-4A. La cuestión es que no solo se han remozado los componentes, aprovechando para remediar las dudas sobre la fiabilidad el arma; además, se ha cambiado el sistema de armado y explosión. Y la espoleta 'actualizada' proporciona una nueva capacidad: hace a las W-76-1 letales contra blancos endurecidos.
Foto: Reuters.

Uno de los componentes de la combinación W-76/Mk-4A que se ha reemplazado es el subsistema de armado y detonador (AFS: Arming and Fuzing Subsystem, en sus siglas en inglés), que integra un ordenador de vuelo, radar y un sistema de diagnóstico y control en un módulo compacto. El AFS se rediseñó para hacerlo más seguro, fiable y preciso haciendo más uso de componentes de tipo comercial para reducir también su coste. Como parte del rediseño, se añadió una nueva capacidad de la que carecían las W-76 originales: un detonador flexible capaz de ajustar la altura a la que se produce la explosión.

Las armas antiguas detonaban a una altura fija sobre el blanco, lo que combinado con la incertidumbre del punto de impacto (error circular probable de unos 100 metros) hacía que la probabilidad de que una única arma no detonara dentro de la ‘zona letal’ del blanco fuese muy elevada. Un riesgo inaceptable que solo podría compensarse lanzando varias armas por blanco.
Espoletas en proyectiles de 155 mm. (Wikimedia Commons)

Las nuevas ’superespoletas’ actúan de otra forma: miden su altura cuando aún están fuera de la atmósfera en la reentrada y calculan si el arma va a pasarse o a quedarse corta. Una vez realizada la medición ajustan su altura de explosión a este cálculo para garantizar que la detonación se producirá dentro del ‘volumen letal’ para el blanco. Esto prácticamente garantiza que todas las cabezas nucleares detonan dentro de la zona adecuada: la probabilidad de destrucción aumenta tanto que cada W-76-1/Mk4A hace el trabajo de 3 del modelo antiguo.

Antes de la introducción de la espoleta mejorada solo el 20% de las armas embarcadas en los submarinos balísticos estadounidenses tenían capacidad contra blancos reforzados; ahora todos los misiles la tienen. Las armas de mayor potencia, como la combinación W-88/Mk-5, ya no son necesarias para atacar silos y se pueden usar contra blancos más difíciles, como centros de mando subterráneos superprotegidos. Y esto cambia las cosas.

Desde el punto de vista de un adversario, el que todos los misiles de los submarinos puedan atacar con éxito blancos blindados puede hacer pensar que EEUU se prepara para un posible primer ataque al disponer de una posibilidad real de desarmar una hipotética respuesta. Como consecuencia, la respuesta racional es reducir el tiempo de decisión ante un potencial ataque: los misiles que ya están en vuelo no pueden ser destruidos por un ataque preventivo. Pero si un lanzamiento de misiles desde submarinos ya reduce ese intervalo a minutos, colocar las fuerzas en alerta rápida multiplica las posibilidades de error.

En la estrategia nuclear se producen este tipo de paradojas con frecuencia, como cuando el despliegue de un sistema antimisiles balísticos hace más seguro a quien lo instala, pero aumenta sustancialmente el riesgo de una guerra: la disuasión mutua solo se mantiene cuando ambos bandos son igual de vulnerables. Si uno obtiene una ventaja marcada, ya sea en defensa o en ataque, la balanza se desequilibra y la incertidumbre aumenta. Esperemos que las superespoletas de los SLBM no aumenten la inseguridad en un planeta que ya tiene demasiadas incertidumbres.

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