El lugar concreto fue Libia, un país desmembrado por la guerra civil que nunca se repuso tras el ocaso, derrota y muerte de Mohamar Kadafi. Y los protagonistas, Turquía, Rusia y el oscuro mariscal Khalifa Haftar que controla buena parte del país árabe.
Un dron irani UCAV, el año pasado.
Como en una película futurista de Hollywood, y en medio de la pandemia de coronavirus que aún angustia al mundo, el cielo del norte de Africa vivió el mes pasado una inusitada batalla de drones, considerada por los especialistas como la mayor del mundo hasta el momento.
En este caso los que eligieron el escenario no fueron entusiastas productores cinematográficos, sino potencias mundiales en conflicto por los recursos de la zona. De paso aprovecharon la oportunidad para probar sus nuevas tecnologías bélicas, cada vez más sofisticadas.
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El lugar concreto fue Libia, un país desmembrado por la guerra civil que nunca se repuso tras el ocaso, derrota y muerte de Mohamar Kadafi. Y los protagonistas, Turquía, Rusia y el oscuro mariscal Khalifa Haftar que controla buena parte del país árabe.
AFP
Pero las figuras centrales fueron los modernos drones turcos Bayraktar TB2, que barrieron con los blindados y combatientes de Haftar cuando intentaba tomar los suburbios de Tripoli, ciudad bajo control del Gobierno de Acuerdo Nacional (GAN).
Se los conoce como UCAV, por sus siglas en inglés “Unmanned Combat Air Vehicle”, o vehículos no tripulados de combate aéreo.
En la contienda también intervinieron los efectivos drones chinos Wing Loong y cazas franceses utilizados por las fuerzas del mariscal.
Hoy Libia está bajo el tironeo de las grandes potencias, que reclaman la enorme riqueza de hidrocarburos en su territorio y, especialmente, en su costa marítima.
El comandante Khalifa Haftar. AFP
El presidente turco de Recep Tayyip Erdogan firmó a fines del año pasado un acuerdo con el endeble Gobierno Nacional Libio para explotar recursos en una amplia zona del Mediterráneo, que incluye una polémica delimitación de fronteras. Esto enervó a los países de la región porque marca la ruptura de la libertad de movimiento en este mar.
Hoy, la división está marcada en el campo de batalla libio. El GAN es respaldado por la ONU, Turquía y Qatar. Su rival, el Ejército Nacional Libio (LNA) que dirige Haftar, cuenta con el apoyo de Rusia, Emiratos Arabes Unidos, Arabia Saudita y Egipto. También de Francia, pero en forma más solapada.
El mariscal Haftar, un ex militar de Kadafi que sobrevivió al descalabro libio gracias a sus vínculos con la CIA estadounidense y los servicios de otros países, formó un ejército conformado por milicias de varias tribus árabes. Dirige los pozos petroleros del este, con eje en Bengasi.
Ninguno de los bandos tiene aviación propia, pero sí la reciben de patrocinadores, lo que convirtió la guerra civil en Libia en un conflicto multinacional.
Emiratos Arabes Unidos le proporcionó a las fuerzas de Haftar algunos cazas franceses y drones de fabricación china “Wing Loong II”. Rusia le envió tropas mercenarias de la poderosa contratista privada Wagner Group, y el sistema de defensa aéreo Pantsir S-1.
Con este arsenal Haftar lanzó en mayo una ofensiva con el fin de tomar la capital libia, Tripoli. Ya tenía la base aérea Al-Watiya, un punto clave en el conflicto.
Pero no contó con la reacción de Turquía, que envió a sus sofisticados Bayraktar TB2, poderosos drones de fabricación propia. Están artillados y tienen lanzamisiles de gran precisión, guiados con mira laser.
Se estima que realizaron una 1.000 incursiones aéreas. En un terreno relativamente desértico y plano como el de Libia, los drones se hicieron un festín con los blindados y tropas.
Estas aeronaves están equipadas con un misiles antitanques de largo alcance llamados UMTAS, que pueden golpear con absoluta precisión a un tanque hasta a 8 km de distancia.
Lo primero que hicieron fue destruir los sistemas de defensa de las fuerzas de Haftar, y luego comenzaron a atacar a los blindados y a las milicias. En una semana lograron tomar varias ciudades costeras y derrotar al mariscal. Las tropas rusas de Wagner Group tuvieron que retirarse.
El LNA perdió primero el aeropuerto de Al Watiya, y esta semana el de Tripoli, que lo controlaban desde hace años. Todo a raíz de la intervención de los drones turcos.
Los drones chinos Wing Loong, que llegaron a manos del LNA en 2016, marcaron una diferencia importante en un principio. Eran operados por pilotos de los Emiratos Árabes desde la base aérea de Al Khadim.
Pueden transportar hasta 12 bombas o misiles guiados por láser. Son costosos, y no llegaron los suficientes a las manos de Haftar.
En cambio Turquía, que tiene sumo interés en la explotación de hidrocarburos en el mediterráneo libio, envió una buena cantidad de sus drones Bayraktar TB2, y fueron definitorios en la última batalla.
Con este desarrollo bélico, Turquía se incorporó al selecto grupo de países que producen drones bélicos, encabezados por Estados Unidos, China, Israel e Irán.
Los drones se convirtieron en las estrellas de los conflictos bélicos. Cumplen distintas funciones, como reconocimiento aéreo, ataques quirúrgicos y destrucción de blindados y tropas. Y hoy, en virtud del desarrollo tecnológico que hubo, son de un exactitud asombrosa.
De hecho Turquía los utilizó para asesinar dirigentes kurdos en el norte de Siria.
Cuentan con la facilidad de ser dirigidos en forma remota, desde bases bien protegidas, sin riesgo para sus operadores, o en forma autónoma por las computadoras a bordo.
El despliegue en el cielo libio demostró lo poderosos que son en combate, y la precisión de sus armas, lo que abre un nuevo escenario para la tecnología bélica.
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