En noviembre de 1969, llegó a la Unión Soviética un sorprendente regalo de Navidad procedente de los Estados Unidos: un elegante avión muy similar al famoso aparato de reconocimiento estratégico estratosférico SR-71 Blackbird, sólo que más pequeño, de tan sólo tres metros de largo.
La aparente generosidad americana, recuerda The National Interest fue puramente involuntaria. El avión era en realidad un dron de última generación enviado en una misión para fotografiar instalaciones nucleares comunistas en China. El avión no tripulado fue fiel a sus colores hasta que no fue capaz de dar la vuelta, por lo que se internó en territorio ruso y siguió yendo hacia el norte, hacia Siberia, antes de estrellarse.
El dron en cuestión era un D-21. Con sus elegantes alas delta, el D-21 parecía ser un SR-71 en miniatura, lo cual no fue una coincidencia dado que eran productos de la famosa Skunk Works (Programas de Desarrollo Avanzado) de la empresa aeronáutica Lockheed, creadora de muchos proyectos secretos asombrosos. De hecho, el D-21 había diseñado originalmente para ser montado y lanzado desde la cola de un SR-71, un legendario aparato recordado por su velocidad de Mach 3 y un techo operacional de 26.000 metros de altura pies.
En la década de los 60, espiar desde el aire a la URSS se había convertido en un verdadero problema para los chicos de Washington. Los misiles tierra-aire soviéticos, como el que derribó un U-2 sobre Rusia en 1960, hacían peligrosas las misiones fotográficas sobre territorio comunista. El SR-71 podría volar alto y lo suficientemente rápido como para ser seguro, pero ¿por qué arriesgar un avión tripulado y su piloto cuando un robot podría hacer el trabajo? A alguien se le ocurrió entonces inventar algo para poder espiar tranquilamente la Unión Soviética.
Dominio público
Rémora con alas
La idea era que el D-21 se montara sobre un M-21, un SR-71 de dos asientos especialmente modificado, según documentos recientemente desclasificados por la Oficina Nacional de Reconocimiento de EEUU.
Después de completar su misión, el dron expulsaría su cartucho de película, que sería rescatado en el aire por un transporte C-130. Pero los problemas de lanzamiento, incluyendo un accidente que estrelló al lanzador M-21 y mató a un tripulante, acabaron por señalar al B-52H como nuevo vehículo de lanzamiento para el D-21B mejorado.
Desafortunadamente, el proyecto no funcionó como estaba previsto. Se llevaron a cabo vuelos D-21B, transportados por aviones B-52 que despegaron desde Guam. Su objetivo era la China comunista, específicamente el centro de ensayos nucleares de China en Lop Nor.
Todos ellos fracasaron. De los últimos tres, no se logró recuperar los cartuchos de película de dos de ellos, que se acabaron como curiosidad para los peces del el Pacífico. Un tercero se estrelló en China. Y el otro, bueno… ya sabemos que acabó en la Siberia soviética... donde fue recuperado por las autoridades del país.
Según declaraciones a The National Interest de los historiadores de la aviación rusa, Yefim Górdon y Vladímir Rigamant, “esto resultó ser de gran interés para la industria aeronáutica soviética, ya que se trataba de una máquina bastante compacta equipada con equipos de reconocimiento actualizados y diseñada para vuelos de reconocimiento prolongados a altas velocidades supersónicas en condiciones de fuerte calentamiento cinético. Muchas empresas y organizaciones líderes de la industria aeronáutica, electrónica y de defensa fueron comisionadas para estudiar el diseño del D-21 junto con los materiales utilizados en su construcción, su tecnología de producción y sus equipo”.
Dominio público
El cuervo ruso
El resultado de las investigaciones fue el proyecto Vóron (“Cuervo”, en ruso) para desarrollar un avión teledirigido supersónico de reconocimiento estratégico. Estos ingenios habrían sido lanzados por un bombardero Tu-95 o Tu-160. Después de la separación, un impulsor de combustible sólido habría acelerado el avión no tripulado a velocidad supersónica, momento en el que su motor cohete habría entrado en acción, según Górdon y Rigamant. La nave seguiría entonces una trayectoria de vuelo preprogramada utilizando un sistema de navegación inercial. Una vez que la aeronave no tripulada regresara a la base, el cartucho de película sería expulsado y aterrizaría en paracaídas, después de lo cual dron aterrizaría.
Pero al igual que los aviones de reconocimiento tripulados, la idea fue víctima de la llegada de satélites espías que podían volar sobre territorio extranjero sin temor a ser derribados. Otra ventaja es que si un satélite caía de su órbita, era muy poco probable que la información que contenía pudiese ser recuperada por el enemigo.
Los soviéticos tuvieron un detalle con los norteamericanos. Al menos esto contó a mediados de la década de 1980, Ben Rich, un ingeniero de Lockheed que trabajaba en el D-21. Según él, una vez recibió un panel de metal de un empleado de la CIA. Era un trozo del D-21 que se había estrellado en Siberia y que había sido hallado por un pastor. La pieza había sido le había sido entregada por un agente del KGB.
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