09/02/2020 05:00 H
Los misiles balísticos intercontinentales son el icono que ilustra la capacidad del ser humano para autodestruirse en una guerra nuclear mundial. Son cohetes que salen al espacio exterior y, tras alcanzar su máxima altura (que puede llegar a los 1.200 kilómetros) y quedarse sin combustible, caen con una trayectoria parabólica (de ahí el adjetivo balístico). Como ese modo de caer no puede ser modificado (no llevan alas), es predecible. Esto ha posibilitado la creación de escudos antimisiles, sistemas que atacarían a esas bombas nucleares en su caída; unos escudos que han sido fuente de líos diplomáticos entre EE.UU. y Rusia en las últimas décadas.
Los escudos servirían poco ante misiles no balísticos, que no saliesen al espacio exterior y que, con unas alitas, fuesen surfeando la estratosfera (e incluso un poco más arriba, hasta casi 100 kilómetros de altura). No tendrían una trayectoria bien definida y sería muy difícil apuntarles para destruirlos. Rusia y EE.UU. han soñado con tenerlos, pero es muy difícil: tendrían que ir a velocidades hipersónicas, bastante por encima de Mach 5, y a esa velocidad la fricción de la atmósfera quema mucho. Por no hablar del problema de hacer funcionar los motores impulsores con esa velocidad en el aire. Pero resulta que China acaba de anunciar que ha conseguido su primer misil hipersónico (eso sí, sin aportar pruebas) y hasta lo ha enseñado (montado en un camión) en el último desfile de sus fuerzas armadas. EE.UU. y Rusia ya se están movilizando, en esta nueva (e hipersónica) carrera militar.
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