Alan Yuhas
01/01/2018 - 17:57h
Tres astronautas de la Estación Espacial Internacional regresan a la Tierra a bordo de una nave Soyuz.
El mundo no es suficiente para Donald Trump, que ha declarado el espacio como "la próxima gran frontera estadounidense" y que ha afirmado en el Congreso que las "huellas estadounidenses en mundos lejanos ya no son un sueño lejano".
El presidente ordenó en diciembre a la NASA volver a la Luna. "Esta vez no solo plantaremos la bandera y dejaremos nuestra huella, sino que estableceremos los cimientos para una misión a Marte y quizá algún día a muchos otros mundos lejanos", afirmó antes de firmar la nueva política para la agencia.
La posible misión a la Luna atiende a una política de George W Bush, que en 2004 pidió a la NASA "afianzar allí una nueva posición". Su sucesor, Barack Obama, priorizó, por el contrario, una misión a Marte para la década de 2030, un programa que ha progresado muy lentamente por tener un nivel de financiación relativamente bajo.
La propuesta de Trump deja muchas preguntas en el aire –calendario, presupuesto, objetivos específicos y métodos– y varios expertos en política espacial han expresado un optimismo cauto y moderado por un profundo escepticismo en los detalles.
"Podría suponer un paso importante, casi histórico, si se sigue hasta el final", sostiene John Logsdon, profesor emérito en la Universidad George Washington y fundador del Space Policy Institute. "La clave es que haya una financiación significativa".
Durante años, la NASA ha trabajado, con Marte en mente, en una nave para el espacio exterior y su Space Launch System, el cohete más poderoso que ha desarrollado jamás. Sin embargo, el plan actual incluye una hipotética parada técnica en la órbita lunar, la estación espacial Deep Space Gateway (entrada al espacio exterior), que se podría utilizar como escala para misiones en el espacio exterior o aterrizajes en la superficie lunar.
Casey Dreier, director de política espacial de Planetary Society, sostiene que la NASA puede ajustar sus planes para centrarse directamente en aterrizar en la Luna, pero que "la política espacial es difícil de cambiar".
"En última instancia se reduce a: ¿qué quieres obtener de la Luna? Quizá puedes obtener de la superficie agua y combustible para cohetes y se puede convertir aquello en un depósito de combustible. Pero es como construir una gasolinera en medio de la Alaska salvaje antes incluso de construir una carretera. No hay un modelo de negocio preexistente en la Luna", añade Dreier.
Sueños astronómicos, precios astronómicos
La NASA tendrá al menos algo de competencia. China ha enviado tres robots de aterrizaje a la Luna desde 2007 y tiene más en mente. Moon Express, una empresa privada estadounidense que quiere llevarse el premio de 30 millones de dólares ofrecido por Google, tiene 2018 como fecha de lanzamiento y ambiciones para excavar en la Luna.
Pero los aspirantes a emprendedores espaciales se han encontrado trabas de regulación, concretamente el Tratado del Espacio Exterior firmado en 1967, que sostiene que ningún país puede reivindicar como suyo un cuerpo celeste y que en el espacio los gobiernos deben supervisar a las organizaciones no gubernamentales, como las empresas.
En 2015, Obama firmó una ley que dio a las empresas "derechos sobre recursos espaciales" y a principios de este año miembros del Congreso propusieron la creación de una Oficina del Comercio Espacial. Pero por ahora, la legislación, igual que las esperanzas de explotar los asteroides, están lejos de las capacidades tecnológicas.
Responsables de la sonda Cassini celebran el final exitoso de la misión en septiembre. NASA
Como hicieron Bush y Obama antes que él, Trump ha animado a las empresas privadas a llenar los vacíos. SpaceX y Blue Origin, propiedad de los multimillonarios Elon Musk y Jeff Bezos, están desarrollando sus propios cohetes "pesados" y planes de turismo espacial.
En febrero, Musk anunció que dos ciudadanos habían comprado su billete para un vuelo a la Luna en 2018, aunque SpaceX nunca ha fletado una misión tripulada ni probado su cohete pesado. El primer vuelo de prueba está programado para enero de 2018. Una portavoz ha rechazado dar más detalles sobre la misión a la Luna.
Pero el Congreso, que fija el presupuesto de la NASA, mantiene prácticamente todo el poder sobre las ambiciones de la NASA, y los sueños astronómicos requieren una cantidad de dinero astronómica. Tras la petición de Kennedy de mandar astronautas a la Luna, la NASA recibió un aumento presupuestario del 89%; la agencia se gastó unos 207.000 millones de dólares (precios actuales aplicando la inflación) en las misiones del Apolo.
El presupuesto actual de la agencia se mantiene en unos 19.000 millones de dólares al año, aproximadamente un 0,5% del gasto federal, comparado con el 24% dedicado a pensiones y el 15% a defensa. "Nos podríamos gastar un centavo en lugar de medio centavo y conseguiríamos mucho más", afirma Alan Steinberg, politólogo en Rice University que estudia la política de la NASA.
Pero mientras Kennedy podía apelar al espíritu de la Guerra Fría, añade, "ahora es muy difícil para cualquier Administración, republicana o demócrata, justificar la financiación espacial".
Un director de la NASA ajeno a la ciencia
Los expertos no esperan grandes cambios. "Es muy fácil firmar una declaración, pero es algo muy diferente implementarla", sostiene Smith. "A largo plazo siempre han fracasado". Parte del problema es el ritmo de aplicación, apunta Steinberg. Las misiones llevan años.
"Incluso si Trump dice 'nos vamos a Marte, lo vamos a hacer', esto no va a ocurrir bajo su mandato", asegura Steinberg. "Dado lo mucho que se preocupan los políticos por su reputación, creo que tienen los mismos problemas si se gastan mucho dinero en el espacio".
Se espera que el Congreso presente su presupuesto para 2019 en febrero. Mientras tanto, la NASA no cuenta con su máximo responsable o su adjunto (por no haber sido confirmado por el Senado). La Cámara ha aplazado durante semanas la votación del nombramiento designado por Trump para liderar la NASA, el congresista republicano Jim Bridenstine.
De confirmarse, el político conservador, que ha criticado el gasto en investigaciones sobre el cambio climático, sería el primer cargo electo en ser nombrado responsable de la agencia. Se trataría de un caso insólito de un director de la NASA sin una carrera profesional relacionada con la ciencia ni con la agencia. Pero el Senado todavía tiene que votar y al menos un republicano, Marco Rubio, se opone abiertamente a este nombramiento.
Trump ha propuesto recortes en ciencias y ha cancelado una misión a un asteroide, pero muchos de los otros planes de la NASA siguen en pie. Misiones como el telescopio espacial James Webb siguen en marcha y el próximo verano la agencia lanzará un nuevo aparato para aterrizar en Marte con el objetivo de estudiar el interior del planeta, así como una nave del tamaño de un coche para volar en la atmósfera del Sol. En agosto, una nave espacial llamada Osiris Rex debería llegar al asteroide Bennu para traer a Tierra unos 50 gramos del mismo.
La sonda Kepler sigue a la caza de nuevos planetas. Voyager y New Horizon llegan a los rincones más lejanos que la humanidad ha explorado jamás. Defensores de la ciencia como Buzz Aldrin, el segundo hombre en pisar la Luna, han seguido presionando al presidente para que apoye la exploración espacial. "Al infinito y más allá", bromeó Aldrin en junio con el presidente. "Esto podría ser infinito", replicó Trump. "No lo sabemos, pero podría serlo. Tiene que ser algo y podría ser infinito, ¿no?".
Traducido por Javier Biosca Azcoiti
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