Hace casi 70 años, los habitantes del atolón de Bikini, en el Pacífico, tuvieron que alejarse por los ensayos nucleares estadounidenses. Sus descendientes se lamentan que también tienen que emigrar, empujados ahora por el cambio climático.
Numerosos habitantes de este atolón se reinstalaron en Kili, una isla situada a 800 kilómetros que también pertenece al archipiélago de las Marshall.
Esta porción de territorio inferior al kilómetro cuadrado en el que viven un millar de personas, se encuentra sólo dos metros por encima del nivel del mar, y es por lo tanto vulnerable ante la subida de las aguas consecutiva al calentamiento climático.
Los habitantes dicen que el medio es cada vez más inhóspito. Las cosechas son malas porque el agua de mar impregna el suelo y las reservas de agua potable. Las inundaciones y tempestades son frecuentes.
Cuando las olas inundaron Kili hace un tiempo, sus habitantes “pensaron que todos iban a ser arrastrados por el mar”, cuenta Lani Kramer, consejera en la autoridad local de Bikini. La gente “vio llegar el agua a la tierra y se dijo que resultaba extraño. En el espacio de una hora, el agua les llegó a la cintura, estaban aterrados. Algunos se refugiaron en la iglesia, situada en un alto”.
Las inundaciones “destruyeron las contadas cosechas que tenían. Y la gente de Kili depende de estas pequeñas cosechas”, añade.
El número de tempestades en las islas Marshall crece de año en año. En 2014, se registraron las grandes mareas más importantes en 30 años, que obligaron a un millar de habitantes a huir y causaron más de 2.000 millones de dólares de daños (1.800 millones de euros).
El cambio climático agrava los efectos de la corriente caliente ecuatorial El Niño en el Pacífico occidental. Los meteorólogos piensan que provocará pronto 9 meses de sequía, de Palau a las Islas Marshall.
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