Por: Juan Pablo Orrego Silva / Ecosistemas | Publicado: 26.01.2021
Los bronces / Queremos Parque / Tomas Munita
En colaboración con El Desconcierto, Juan Pablo Orrego S., ecólogo y presidente de la ONG Ecosistemas, analiza la relación que existe entre la industria minera y el negocio global de la guerra, y muestra que parte de los minerales extraídos en Chile con un alto costo socioambiental por compañías mineras europeas como Anglo American, Glencore y Rio Tinto estarían destinados a abastecer la industria bélica del viejo continente.
Cualesquiera que sean las iniciativas y medidas de mitigación que emprendan e implementen las empresas mineras respecto del masivo impacto socioambiental negativo de sus operaciones, estas nunca serán suficientes, y la minería seguirá siendo un callejón sin salida para las comunidades y el medio ambiente. Esto a nivel local, nacional y global.
Lo notable es que el sector que más consume metales en todo el orbe es por lejos la industria bélica. Basta pensar en el acero incorporado en las ciudades flotantes que son hoy los portaaviones (70.600 ton; 280 mt de largo; 6.000 tripulantes; 20 misiles intercontinentales), y todo lo metálico que contiene el monstruo bélico acuático en su interior -maquinaria, cazabombarderos, tanques, camiones-. Los diversos misiles -MICA IR, Aster 30, Exocet, Scalp- pesan entre 112 y 1.300 k. De hecho, E.E. U.U. anunció recientemente el lanzamiento de dos mega portaaviones de 100.000 ton cada uno, que transportarán 75 cazabombarderos a través de los océanos.
Portaaviones HMS Queen Elizabeth. Foto: Wikipedia.
Visualizar los metales incorporados en todos los barcos de guerra de todas las naciones; en los aviones militares gigantes; en los miles de cazabombarderos; en los innumerables tanques (60 ton promedio) u otros vehículos blindados activos o varados oxidándose en los desiertos en el medio oriente; en los incontables camiones militares y otros vehículos, todos de metal, así como las infinitas cantidades de balas perdidas en el entorno, dan una idea del monstruoso consumo de materias primas asociado a la industria bélica.
Un letal submarino nuclear actual puede pesar 50.000 toneladas de aceros compuestos. Los cascos de algunos submarinos nucleares rápidos, de ataque, están hechos de titanio, y pueden pesar 7.900 toneladas, un misil nuclear 100 ton; un torpedo 2 ton. Visualizar esas cantidades de titanio, y la huella ecológica de todo el ciclo de explotación y producción del ‘precioso’ metal, que termina, más encima, transformado en un submarino bélico, un artefacto subrepticio destructivo. Muchos reactores nucleares de los antiguos engendros yacen en los fondos marinos. Cuesta imaginarse la cantidad asombrosa de buques de todo tipo hundidos, desintegrándose lentamente en el fondo de los océanos. Incontables toneladas de metales perdidos.
¡La minería nos está matando!
Y, mientras tanto, las comunidades en muchos lugares del mundo claman: «la minería nos está matando». Lo hemos escuchado muchas veces últimamente de boca de habitantes de diversas naciones latinoamericanas. A pesar de este sufrimiento, la gran mayoría de los metales están destinados fundamentalmente a abastecer la industria bélica y la guerra, así como ‘raros’ elementos no-metálicos que explota la humanidad en los territorios de estas comunidades.
Es una locura tan paradójica como autodestructiva. Minería que, además de los túneles, forados, rajos abiertos y tortas de “estériles”, consume una gran parte de la electricidad generada en nuestros países, o sea, crea la necesidad de termoeléctricas -en Chile todavía muchas de ellas a carbón- y de otras fuentes de generación que también provocan y suman impactos socio-ecológicos negativos.
Minería que consume una gran parte del agua de nuestros territorios, secando ríos, valles, bofedales, humedales y pueblos. Minería, que más encima plaga el territorio de tranques de relaves tóxicos, contaminando napas freáticas, aire, y suelos de cultivo con metales pesados.
Los antiguos andinos la tenían clara: la minería es del diablo. Hasta hoy en modernas minas chilenas hay altares en los profundos piques para aplacar al “tío” vestido de granate, rodeado de ofrendas y del humo de velas e incienso. En las trágicas minas de carbón de Lota, al explosivo gas grisú se lo llamaba el “chiflón del diablo”.
Lo siguiente es duro e incómodo de decir. Perdonando las numerosas excepciones, muchos hombres que participan en esta explotación de la madre tierra, curiosamente se tornan «mineros», o sea desarrollan actitudes predatorias y mercantiles hacia las mujeres. ¿Quién más que ellos comenzaron en Chile a decirles «minas» a las mujeres y a hablar de «minas ricas»? Prostíbulos y cabarés rodean y ofrecen sus servicios a estos sacrificados trabajadores cuando emergen desde la oscuridad más negra en las entrañas de la Tierra y las polvorientas faenas, necesitados de cariño (¿desahogo?) después de otra jornada más cerca de la muerte que el común de los mortales. ¿Eros hipertrofiado para compensar el Tánatos cotidiano?
En Chile, la minería e industrias relacionadas -generadoras eléctricas en primer lugar- es el sector industrial que más ha contribuido a la proliferación de zonas de sacrificio que hoy caracteriza a nuestro país, y que lo ha hecho tristemente célebre a nivel mundial. ¡Calama! Tocopilla, Mejillones, Huasco, Puchuncaví, Ventanas, Quintero, Coronel.
https://www.eldesconcierto.cl/medio-ambiente-y-naturaleza/2021/01/26/mineria-e-industria-belica-metales-chilenos-en-el-negocio-de-la-guerra.html