The New York Times | Viernes 11 Agosto 2017 | 07:43 hrs
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Campo de entrenamiento de Novo Selo, Bulgaria— Después de más de una década de combatir a los insurgentes islámicos en Irak y Afganistán, el Ejército de Estados Unidos está luchando para reaprender habilidades de la era de la Guerra Fría para poder enfrentar posibles amenazas de Rusia en Europa del Este, territorio al que anteriormente defendía el Ejército soviético.
Los ajustes ante las nuevas amenazas son de amplio espectro. Cientos de tanques de guerra del color del desierto y vehículos de guerra blindados deben volver a pintarse de verde oscuro para ocultarse en el territorio europeo. Los soldados acostumbrados a operar desde bases enormes y seguras en Irak y Afganistán ahora deben practicar usando redes de camuflaje para ocultar sus posiciones y dispersarse en grupos más pequeños con el fin de evitar los sofisticados drones de vigilancia que podrían dirigir ataques con cohetes o misiles en contra de personal o puestos de comando.
Las tropas estadounidenses ya no tienen derecho de vía libre en aire ni acceso prioritario en tierra, como lo tenían en los valles del río iraquí y las montañas afganas. En la Europa de hoy, las fronteras cuentan en todos los asuntos militares. Un viernes reciente, un convoy de suministro del ejército estadounidense que llevaba municiones de Alemania a Rumanía a toda prisa fue detenido en la frontera austriaca hasta el lunes siguiente debido a restricciones a los convoyes militares por los periodos de viaje de las vacaciones de verano, durante los cuales el tráfico aumenta.
Un ejercicio de diez días realizado el mes pasado en el que participaron 25 mil estadounidenses e integrantes de las fuerzas aliadas a lo largo de tres países que antiguamente eran parte del Pacto de Varsovia —Hungría, Rumanía y Bulgaria— ofreció una muestra de la manera en que una generación de comandantes de alto rango del ejército están ensayando tácticas y estrategias actualizadas que alguna vez se utilizaron para contrarrestar a las tropas, los tanques y la artillería soviéticos, incluyendo asaltos aéreos nocturnos a cargo de cientos de paracaidistas. Los comandantes entrenan a una fuerza más joven que se había estado enfrentando principalmente a misteriosos adversarios terroristas en el Medio Oriente y el sudeste Asiático desde los ataques del 11 de septiembre de 2001.
“Tenemos que descifrar cómo adaptarnos a este nuevo entorno”, dijo Clair A. Gill, un coronel graduado de West Point en 1994 que dirige a la Décima Brigada de Aviación de Combate del Fuerte Drum, en Nueva York, la cual vuela helicópteros Apache, Black Hawk y Chinook. “Creo que todavía no lo logramos”.
Ciertamente se espera que los comandantes argumenten que las guerras en Irak y Afganistán todavía requerirán miles de soldados de las tropas estadounidenses en el futuro previsible. Sin embargo, Estados Unidos y sus aliados de la OTAN completaron hace poco el posicionamiento de unos 4500 soldados en los tres estados bálticos y Polonia, y se están preparando para mantener varios miles de elementos de las tropas armadas en el continente para frenar la agresión rusa.
Estas tensiones son parte de una rivalidad que va en aumento entre Washington y Moscú, y de una presencia militar cada vez mayor de ambas potencias, con ecos de la Guerra Fría.
Moscú está desplegando fuerzas para realizar sus propios ejercicios a lo largo de su frontera occidental con Europa y también se hace presente en Siria y en la región oriental de Ucrania, además de reforzar su arsenal nuclear y su destreza para la guerra cibernética, en lo que —según los oficiales militares estadounidenses— es un intento por demostrar su relevancia después de años de caída económica y recortes. Rusia programó para septiembre un ejercicio importante que podría involucrar a unos 100 mil soldados, así como otros tipos de elementos de seguridad.
En respuesta, el Pentágono incrementó las rotaciones y ejercicios de entrenamiento tanto en el territorio de los nuevos aliados de la OTAN en el este como en su base de Bulgaria. Los aliados han aumentado sus patrullajes aéreos, marítimos y submarinos desde el mar Báltico hasta el mar Negro para contrarrestar un aumento similar de fuerzas rusas en las periferias de la OTAN.
La amenaza militar rusa ha cambiado de manera considerable desde que la Unión Soviética colapsó en 1991. Vladimir Putin, el presidente de Rusia, hizo una fuerte inversión en modernizar las fuerzas de infantería, los tanques y la artillería. Moscú también aumentó su constelación de drones de vigilancia que pueden identificar blancos y coordinar ataques lanzados desde otras armas.
La así llamada guerra híbrida de Rusia combina el poderío militar convencional con la capacidad de manipular eventos usando una mezcla de subterfugios, ciberataques e información de guerra. A principios de este año, por ejemplo, los fiscales lituanos abrieron una investigación penal por un informe falso de violación perpetrada por soldados alemanes estacionados en Lituania como parte de una misión de la OTAN para disuadir a Rusia. Moscú negó haber participado en cualquier campaña de desinformación cuyo objetivo fuera desacreditar a las tropas aliadas.
Frederick B. Hodges, teniente general y jefe de las fuerzas armadas estadounidenses en Europa, minimizó las posibilidades de que haya una guerra entre Occidente y Rusia, pero dijo que Putin probablemente seguirá avivando sus esfuerzos para mantener a los ejércitos y gobiernos de Occidente fuera de balance. “Estará ahí por un buen tiempo”, dijo Hodges, quien se jubilará el mes próximo tras una carrera militar de 37 años. “Es a prueba de golpes de Estado”.
Con eso en mente, los estrategas estadounidenses de alto nivel y los funcionarios de inteligencia están observando de cerca las operaciones rusas en Crimea, la región oriental de Ucrania y Siria, que en conjunto demuestran la existencia de nuevas tácticas y armamento ruso. Los oficiales jóvenes del Ejército de Estados Unidos nuevamente están usando tarjetas de aprendizaje —o su equivalente digital— para estudiar la estructura y capacidades de las unidades del Ejército ruso, tal como hicieron los oficiales estadounidenses con generaciones anteriores de fuerzas armadas rusas y el armamento de las décadas de 1970 y 1980.
Los centros de entrenamiento militar en California, Luisiana y Alemania ahora están incluyendo más escenarios que replican a las fuerzas rusas, incluso si los estrategas de escenarios allá, y en Estados Unidos, tienen cuidado de dar a las fuerzas opositoras nombres ficticios para evitar herir todavía más las susceptibilidades diplomáticas entre Washington y Moscú.
La presencia del Ejército de Estados Unidos en Europa está lejos de igualarse al de los momentos más críticos de la Guerra Fría, ya que actualmente solo cuenta con 30 mil elementos, en contraste con los 300 mil de aquella época, comentó Hodges. Por tal motivo, el general hace un enorme énfasis en la “velocidad de reunión”; es decir, qué tan rápido las tropas y sus equipos se pueden trasladar a cientos de kilómetros de distancia y estar preparados para el combate sin previo aviso.
El ejercicio de 40 millones de dólares efectuado aquí, llamado “Saber Guardian”, el más grande de Europa este año, incluyó trasladar por Europa a más de mil soldados y cientos de vehículos a unos 1931 kilómetros de distancia, el equivalente a ir de San Luis a Miami. Cientos de elementos de las tropas aliadas —incluyendo soldados estadounidenses con rostros pintados de camuflaje verde y negro— y sus tanques de 30 toneladas cruzaron el río Danubio a través de puentes provisionales, mientras esquivaban ataques de entrenamiento provenientes del otro lado.
Para los ejércitos de Europa del Este, muchos de los cuales todavía usan equipo hecho en Rusia, estos simulacros con fuerzas estadounidenses y de Europa del Este mejoran la coordinación y la confianza —y son una garantía concreta de que los aliados les cubren las espaldas—.
“Hemos recuperado una cierta confianza de que no estamos solos aquí en el frente oriental de la OTAN”, comentó Theo Toader, general de brigada de la Fuerza Aérea rumana que dirigió a los participantes de su país en el ejercicio desde una base aérea en expansión no lejos de Constanza, en el mar Negro.
Aunque se presentaron varias dificultades, estos ejercicios están diseñados precisamente para revelarlas. Hodges, por ejemplo, escupió lleno de frustración más de una vez ante algunos de los retrasos de sus fuerzas al cruzar el continente. “Necesitamos tener más libertad de movimiento”, dijo.
Varios de los coroneles que ascienden con rapidez aquí —la próxima generación de generales del Ejército de Estados Unidos— adquirieron experiencia inicial con la amenaza rusa, pero pasaron los años formativos de sus carreras combatiendo a Al Qaeda o al Estado Islámico, y ahora están cerrando el círculo.
Gill fue asignado al 101 División Aérea tras graduarse de West Point cuando Rusia todavía era considerada una amenaza. No obstante, después de los ataques del 11 de septiembre de 2011, Gill, uno de los pilotos de helicópteros Black Hawk más sobresalientes, pasó la mayor parte de su carrera en unidades de operaciones especiales pequeñas y altamente clasificadas combatiendo a los militantes islámicos. Cuando asumió el comando de la Décima Brigada de Aviación de Combate hace un año, reconoció que le tomó algo de tiempo adaptarse a la preparación para pelear en batallas más convencionales.
Ahora que está a cargo de 2200 tropas del Ejército y más de 80 helicópteros, uno de los principales desafíos que enfrenta, según comentó, es que puedan estar listos para el combate con mayor rapidez aun cuando algunos soldados concluyen sus periodos de servicio y nuevos elementos se unen a la brigada. Desde octubre, su unidad presentó una rotación de cerca del 40 por ciento.
“Necesitamos estar listos para ir a cualquier parte en cualquier momento”, dijo Gill, de 45 años, originario de Patton, Pensilvania.
Patrick Ellis, coronel, estudió ruso en West Point, donde fue compañero de Gill. Entonces creía que necesitaba aprender el idioma de su probable adversario. Tras los ataques del 11 de septiembre, Ellis fue desplegado en varias ocasiones en Afganistán con las unidades especializadas de los Rangers.
Ahora Ellis, también de 45 años, hijo de un oficial de la Marina de Alameda, California, encabeza al Segundo Regimiento de Caballería, compuesto por unos 4800 soldados y 330 vehículos de combate. Mientras sus tropas se trasladaban en vehículos de Alemania a Bulgaria, se detuvieron periódicamente e interactuaron con los ciudadanos a su paso, permitiendo que los niños subieran a los vehículos de combate Stryker y explicando a los residentes por qué estaban ahí.
“Sabemos cuando nos despertamos cada mañana quién es la amenaza”, dijo Ellis. “Estamos concentrados en la amenaza rusa”.