Un niño mira a un hombre vestido de soldado en la frontera con Ucrania Afp
Estas son las coordenadas: En el Este y el Sur del país el Estado ucraniano se hunde. Muchos no reconocen allí al gobierno central y piden referéndums y la federalización del país. En Kíev un gobierno pro-occidental desarbolado que se propone privatizar inmediatamente el sector energético y retirar subvenciones agrarias, de acuerdo con las recetas estándar occidentales, lo que anuncia una catástrofe para el nivel de vida. El gobierno es débil, no representa ni de lejos al conjunto del país, y no sabe qué hacer, pero, ojo, independientemente de su legitimidad, representa a la matriz del nacionalismo ucraniano. Aunque este gobierno destruye en la práctica con su sectarismo y patrocinio occidental la unidad del país, es al mismo tiempo el principal vector que reclama la unidad de Ucrania. Kíev es como Jano, el dios de las dos caras.
En el conjunto del país un mayoritario doble deseo de mantener la independencia de Ucrania y al mismo tiempo unas estrechas y amistosas relaciones con Rusia: casi un 70% de apoyo en la última encuesta. Tanto Occidente, que quiere una Ucrania contra Rusia, como Putin, que ocupa Crimea para evitarlo, contradicen ese doble consenso.
El tercer elemento es la situación en Crimea. Ocupada por fuerzas rusas con el mayoritario aplauso de la población, una “perfecta operación militar” de Vladímir Putin que contiene un riesgo extraordinario.
En esta partida de ajedrez, Moscú se ha comido una torre en Crimea. La población local lo ha aplaudido (los adversarios, que los hay, son débiles y están asustados), pero en el resto de Ucrania se observa el asunto con preocupación (hablamos, naturalmente, de promedios pues la sensibilidad cambia de una región a otra). Incluso en Odesa, una ciudad ancha, liberal, y francamente pro rusa, la temperatura que marca el termómetro es sutil. Como a alguien se le escape un tiro en Crimea y haya más violencias, el ocupante será inmediatamente visto como responsable y agresor. Jurídicamente está en casa ajena, por más que la historia le de la razón. Y luego está la propaganda. Poco a poco la gran máquina de la información global se pone en marcha. La máquina que hizo pasar por “humanitaria” la guerra de Yugoslavia, por “guerra contra el terrorismo” la segunda invasión extranjera de Afganistán, que vendió amenaza de armas de destrucción masiva en Irak y causas justas por doquier, comienza a emplearse a fondo ahora con Crimea.
“A Putin le importa un rábano la opinión de la Unión Europea”, explica desde Moscú Dmitri Trenin, un politólogo occidentalista del centro Carnegie. “Ya le han demonizado tanto que no viene de eso”, dice. Pero Rusia apenas tiene recursos de propaganda externos. El eficaz canal RT que da voz en inglés a muchos disidentes de Estados Unidos, es poca cosa. En el frente informativo las divisiones acorazadas están en manos del adversario.
Por dividido que estén algunos europeos (Alemania) de Estados Unidos, la unidad de acción esencial se mantendrá. La UE mantiene la pinza. El comisario “de ampliación europea” Stefan Füle, un checo, predicaba ayer mismo en Tibilisi (Georgia) “continuar con el fortalecimiento de la Asociación Oriental ante las presiones”. En Moldavia la UE ofrece su gran caramelo a toda prisa: el régimen sin visado para estancias de 90 días para los locales (se exige pasaporte biométrico). Así que la pinza que ha desencadenado este desastre de guerra fría en Ucrania, se mantiene a todo trapo. Por la suma de todo eso la “exitosa operación” podría desmoronarse. Hasta se puede pronosticar por donde aparecerán las primeras grietas.
Putin se ha comido una torre en Crimea. Pero lo ha hecho exponiendo a su reina. Como esa reina acabe siendo vista como una fea y abusona madrastra en el resto del país, el balance final podría ser ganar Crimea y perder Ucrania. Y si Putin pierde Ucrania, podríamos acercarnos a un escenario ruso de 1905: la pérdida de Ucrania, como la de la flota del Báltico a manos de los japoneses en Tushima, Mar del Japón, tras una navegación transoceánica a través del Cabo de Buena Esperanza, sería una humillación que pasaría una seria factura. Por eso, si la situación de los occidentales, cuya geopolítica –para adelantar la frontera de la OTAN y hacerse con el control de los recursos de Ucrania- es un desastre irresponsable, el que se está jugando el tipo aquí es Putin. Por otro lado, sin la operación de Crimea, Putin habría perdido aún más; las bases para su flota, el control de Crimea y también Ucrania. Un jaque mate. Así que la alternativa para Moscú era elegir entre malo y peor.
Ayer hubo tiros al aire de soldados rusos contra soldados ucranianos en la base crimeana de Belbek, ocupada por los primeros. Una buena ilustración de la peligrosidad de la partida. De los treinta aviones de caza ucranianos que hay en la base, solo cinco funcionan. Además de algunos soldados ucranianos que no se someten (naturalmente se les presiona y se los intenta comprar), en Crimea hay otros factores de contestación. Los tártaros de Crimea, 12% de la población, no quieren ni oír hablar de la ocupación rusa que asocian a lo peor de su memoria, las deportaciones estalinistas de las que su pueblo fue víctima en 1944. Hay otras posibilidades de aguarle a Moscú la fiesta en la península. Y desde la península, al resto.
Como dicen los chinos Rusia pisa en esta crisis sobre cáscaras de huevo. Todo cruje. Por otro lado, después de lo hecho no hay vuelta atrás. Desde Tallin (Estonia), su alcalde Edgar Savisaar, propone algo de sentido común: “solo un gobierno con representantes de todas las regiones de Ucrania podría tener legitimidad”, dice. Pero ¿A quién le importa Ucrania?